LAMENTABLE ACTITUD
DE DESMEMORIA
Parece mentira que hayan pasado 51 años de
aquel cercano 29 de mayo del 69, cuando Córdoba ocupó primerísimos planos en la
consideración mundial, una vez que las imágenes y los vívidos relatos alcanzaron
las más remotas latitudes. En pocas horas la ciudad fue ocupada por los
manifestantes, que desbordaron a una policía solo entrenada para reprimir
tumultos deportivos o manifestaciones poco numerosas.
La gente, poco a poco, se fue plegando a la
protesta, mientras en Buenos Aires se discutía la conveniencia o no de sacar el
Ejército a la calle.
El miedo fue mayor que la prudencia y el
primer contingente militar que venía del Camino a La Calera desembarcó en el
Pasaje Aguaducho, a metros del acceso al Hospital de Clínicas, en uno de los
sectores transformado en foco principal de la revuelta popular, a las 5 en
punto de la tarde.
Quinientos soldaditos imberbes, con el miedo
pintado en el rostro, se colocaron rodilla a tierra y apuntaron sus vetustos
Mauser 1909 hacia arriba, para producir la más espantosa y atronadora de las
amenazas.
Habían llegado ellos, para restaurar el
orden que no podían implantar apelando a la ley y la Constitución.
Más tarde se conoció la existencia de
víctimas fatales entre los manifestantes que eran obreros y estudiantes,
decenas de heridos y cientos de detenidos. La ciudad pasó a ser una síntesis
del caos, lo que se acrecentó en el atardecer y en la noche, en sectores claves
de la ciudad como lo eran el Barrio Clínicas y la zona industrial, lo que duró
un par de días.
No me
lo contaron. Me tocó vivirlo demasiado de cerca, cuando trabajaba en La Voz y
los practicantes de Medicina hasta nos disfrazaron de médicos en el Hospital de
Clínicas, para que estuviéramos en el centro de la escena, cuando usábamos
casco para trabajar y la verdad sea dicha, miedos y angustias para regalar.
El pueblo se había rebelado, porque aquella
vez se llegó espontáneamente al límite de la paciencia.
Para que los gobernantes lo sepan: la
paciencia tiene un límite y 51 años atrás la imprudencia política lo superó. Y
en ciertos aspectos y situaciones no estamos muy lejos, o demasiado cerca de
alcanzarlo.
Y un párrafo aparte para aquella sana
intención que supimos alentar los y las periodistas, fotógrafos, camarógrafos y
movileros radiales a quienes nos tocara la tarea de cubrir en la calle aquellos
acontecimientos, cuando poco tiempo atrás llegamos a pensar que el gobierno
apoyaría a esa institución a la que le dimos vida bautizándola como “29
testigos de la historia” que éramos los sobrevivientes de aquel mayo del ‘69.
Nos hartaron a promesas, nos usaron más de
una vez como estandarte y al final demostraron su desmemoria, o su memoria
parcial e interesada cuando en tiempos preelectorales se acercaron con un apoyo
hipócrita y de corto plazo.
Nos prometieron audiencias, apoyo,
consideración y toda la batería de versos que se recitan en un escenario
dolorosamente demagógico como lo son las campañas proselitistas.
Y al final, la nada.
La nada porque “29 Testigos de la Historia”,
asociación civil sin fines de lucro pero con intenciones de preservar para los
tiempos la memoria colectiva de aquellas jornadas memorables, se consumió falta
de apoyo, de atención y de interés en su sola intención de resguardar sin
componentes ideológicos y menos aún partidistas, uno de los hechos populares
más relevantes que recuerda esta Córdoba a veces sorprendente y contestataria y
otras, demasiado indiferente.
Pero sin que el concepto siguiente
signifique menoscabo alguno, pero lo manifiesto a título personal y con mucho
de vergüenza, que esta Córdoba tendrá para quienes con las décadas escriban su
historia, la penosa certeza de saber que con el apoyo de su gobierno tiene un
museo del cuarteto y se olvidaron de la gesta de la que aún y pese a todo,
estamos orgullosos quienes más que testigos, fuimos protagonistas.
A eso, y en nombre de los que ya no están
pero aquella vez estuvieron y muy cerca, es imposible que alguien nos lo robe.
Gonio
Ferrari
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