LOS AMORES DE GARDEL Y LA DEVOCIÓN
POR DOÑA BERTA, SU ADORADA
“VIEJITA”
Se cumplen 85 años de la muerte de Carlos
Gardel, acaecida en Medellín el 24 de junio de 1935 en un accidente aéreo
cuando reiniciaba una gira artística. No queremos abundar en los detalles tan
conocidos de su vida ni de su muerte, pero como homenaje, me voy a permitir
recrear una nota que me tocó redactar para el portal Tangocity unos años atrás,
que nos muestra al Gardel y su amor por las mujeres y una en particular: su
Mamá Berta.
“En cuando a las mujeres, el Zorzal y sus
conquistas: Siempre, los ídolos populares vivos o muertos, están rodeados de
una aureola de misterio que procura, por lo general con relativo éxito,
preservar los pormenores de su íntima vida amorosa. Las certezas y las
habladurías alimentan el imaginario colectivo, que como si faltaran nombres y situaciones,
suele inventarlas. Y un personaje como Carlos Gardel, de ninguna manera podía
ser la excepción.
Es probable que no existan registros con
rigor histórico de sus andanzas de adolescente, porque recién con la notoriedad
y la fama fue virtualmente imposible ocultar sus preferencias y sus escarceos. Además
allá por 1916 con jóvenes 26 años a cuestas, sobrellevaba un peso de 118
kilogramos que lo obligaron a frecuentar el gimnasio, trotar y practicar
pelota vasca bajo la atenta mirada y la supervisión del catalán Enrique
Pascual, ex luchador grecoromano, kinesiólogo, boxeador, violinista y
bandoneonista que atendía en YMCA (sigla en inglés de la
Young Mens Christian Association). En sus incursiones como cantor
debutante en cafés y restaurantes de la zona del Abasto y luego en lujosos
cabarets, Gardel rindió sus primeros exámenes de efímeros romances.
Terminaba
1913 cuando Razzano, para que se hiciera de unos pesos, lo llevó a cantar a un
lupanar de la calle Viamonte que regenteaba Madame Jeanne. El éxito
fue notable y terminaron la noche en el Armenonville donde vocalizaron juntos y
fueron llevados en andas por los concurrentes, entre los cuales estaba Jorge
Newbery acompañado por varios amigos de la alta sociedad porteña. Los dueños
del local quedaron tan fascinados, que contrataron al duo por 70 pesos, comida
y bebidas a discreción por cada noche y Gardel, por entonces con 23 años,
respondió que por esa plata cantaba y lavaba los platos. Fue el nacimiento de
Gardel-Razzano y del romance entre el Zorzal y la madama, también apodada
Ritana”.
“Corría
1921 y de manera fortuita, Gardel quedó impactado por una jovencita de solo 14
años, al verla cruzar la esquina de Carlos Pellegrini y Sarmiento. Como se
estilaba por aquellos tiempos, pidió que se la presentaran. Se trataba de
Isabel Martínez del Valle, quien vivía con su madre viuda y varios hermanos.
Al día siguiente el astro que ya era
bastante conocido y con buenos ahorros, fue a almorzar con ella y su familia
que de ninguna manera se opuso al romance pese a que la niña, de llamativo
cuerpo y profundos ojos negros, era menor de edad. Gardel tenía 31 años y
vivieron en concubinato por más de 12 años en una casa de Corrientes al 1700
sin descuidar la vivienda que compartía con doña Berta en Rodriguez Peña 451.
Irineo Leguisamo, mito viviente del turf al
que Gardel era adicto, supo decir que ninguna mujer, como Isabelita, había
dejado huellas tan profundas en el alma del cantor.
La pareja durante un tiempo compartió techo
con Doña Berta y la relación no prosperó porque ella no estaba muy conforme por
la diferencia de edades, y por la enorme influencia que ejercía la familia de
la piba, que permanentemente reclamaba dinero y obsequios. Isabel se enteró de
las incursiones de su amado por la pensión de Ritana y un día decidió encarar a
la madama que hablaba un español afrancesado. Ella reconoció que Gardel era su
amante y que al cantor le había regalado un perrito pekinés (¡el mismo que
Gardel le obsequió días después a Isabelita!).
Eran tan firmes las evidencias, que la
adolescente exigió a su amado que optara, recibiendo como explicación que solo
se había tratado de una aventura intrascendente. La niña supo contar a sus
íntimos que recibió como respuesta el consabido “…vos sabes gorda, que este grone te quiere solo a vos y nunca te
olvidará ni te cambiará por otra”. La historia, ese implacable testimonio de la
realidad, demostró que Gardel siguió con las dos.
Corría 1931 cuando el Zorzal viajó a
Francia, acompañado por Isabel, quien tenía el objetivo de estudiar canto en
Milán con la profesora Gianina Ruzz. Allí se trasladaba el astro en los
intervalos de sus actuaciones y esa ocasión de lejanía fue propicia para que le
encomendara a su viejo amigo, el periodista Edmundo “Pucho” Guibourg, que
hablara con Isabel para encarar el punto final de la relación, deteriorada por
las ingratitudes y la prepotencia de la familia.
En una carta a su administrador Armando
Defino, Gardel le dice “Se acabaron las subvenciones mensuales y bajo ningún
concepto debes darle un centavo más… quiero trabajar para mí, para poder darle
una situación a mi viejita y para poder disfrutar con cuatro amigos viejos el
trabajo de treinta años. Estoy dispuesto a no hacer más tonterías. La de Isabel
y Cia. será la última (…) Si siguen cargándome se quedarán sin el pan y sin la
torta. Que elijan”.
Todo esto no impidió que tras la tragedia de
Medellín, Isabel asumiera el papel de viuda, se unió en el dolor y en el luto a
doña Berta y con frecuencia se las solía ver, juntas, en el cementerio
de la Chacarita.
Dentro
de ese entramado que conformaban Isabel y la veterana madama Jeanne -o Ritana-
durante su paso por Francia, Carlitos intimó con la matrona Sally Barón
Wakefield, hija de Bernhard Baron, quien le había dejado una herencia que allá
por 1929 se estimaba en cinco millones de libras, una cifra abrumadora para
aquellos tiempos. Además, era dueña de la fábrica de cigarrillos Craven, razón
por la cual sus íntimos la llamaban Madame Chesterfield.
Ella, que se daba lustre con la amistad de
Gardel lo distinguió con finas atenciones y apoyo monetario para la realización
de sus películas. El matrimonio Wakefield ganó mucho dinero con los filmes y le
cedían al Zorzal una enorme mansión en Niza, a donde solia aposentarse junto a
su amigo Irineo Leguisamo.
La millonaria, de acuerdo con lo que
sostienen algunos historiadores era norteamericana. Esta sexagenaria, si
tenemos que hablar de presentes fastuosos supo regalarle un imponente auto
negro con sus iniciales en oro colocadas en las puertas como así también una
cigarrera del mismo metal con el monograma hecho en brillantes, pieza que está
en poder de un coleccionista particular. La coupe Chrysler blanca modelo ‘31
única en Buenos Aires, fue también un regalo de los Wakefield y Gardel la usó
hasta 1933.
Asimismo
entre sus conquistas de la ciudad luz aparece el nombre de Gaby Morlay, actriz
de renombre con mansiones en París y en Niza que eran asiduamente visitadas por
el cantor. Igual suerte tuvo en España con la tonadillera Teresita Zazá y una
tal Blanquita, de Barcelona. Ni siquiera viajando Gardel perdía el tiempo: en
el barco que lo llevaba de regreso a Buenos Aires entabló relación con una
vedette que estaba noviando con un conocido deportista argentino: Gloria
Guzmán, a quien consideraban la más bella de los escenarios porteños. Ambos
artistas, según refieren los memoriosos de la época, compartieron muchas cosas
durante la navegación pero al llegar al puerto cada uno volvió a sus
menesteres.
También ciertos
historiadores refieren la convivencia que tuvo en 1925 con una joven brasileña
que en 1923 viajaba en el mismo barco hacia Europa. Existe una carta de ella
-la paulista Elsa Braga- que nunca llegó a manos del Zorzal, pues quedó en
poder de una persona que recibía su correspondencia.
Gardel
y la actriz argentina Mona Maris, estrella de Hollywood donde trabajó con Gary
Grant Y Humphrey Bogart, tuvieron una relación tan breve como intensa, dado que
compartieron cinco semanas en Nueva York filmando Cuesta Abajo y la simpatía
era recíproca, hasta el punto de plantearse la realización de otros filmes. Después
de separarse, llegado 1935 Mona Maris se encontraba en el Hotel Savoy de
Londres cuyo maître, gran admirador de Carlitos tuvo que darle la triste
noticia de su muerte. Fue tal el impacto que según lo relatara la actriz,
estuvo recluida, casi un mes sin comer.
Un diario
madrileño hizo alusión a la vedette Perlita Greco como novia del artista. En
declaraciones periodísticas la dama supo afirmar que “A veces he pensado que él
no quiso de veras a ninguna mujer, que su única y verdadera pasión era su
madre”. Y en Montevideo, cuando corría 1937 apareció otra novia de Gardel,
Magalí de Herrera, quien se dedicaba a la declamación cuando le dejaba tiempo
libre su ocupación de manicura.
Gardel las
prefería latinas y bellas, aunque no le disgustaban las europeas consideradas
frías. Tomando en cuenta sus amoríos y devaneos, de poco le debe haber servido
ser compañero de dormitorio de Ceferino Namuncurá, hoy santo, estando pupilos
en el Colegio Salesiano Pio IX entre 1901 y 1902.
En
el diario El Nacional de Bogotá, edición del 18 de junio de 1935, seis días
antes de su ingreso a la inmortalidad, se publicó un reportaje a Gardel. Entre
otras cosas, le preguntaron si era partidario del divorcio.
“Debido a mi
carrera -respondió- no soy partidario del casamiento”.
Gonio Ferrari
Material elaborado tras consulta a
fuentes confiables, que publicara
años atrás el portal tangocity.com
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