HORA DE EMPEZAR A
PENSAR EN LA
PANDEMIA
DE LAS CONSECUENCIAS
Todo delito que no se convierte
en escándalo no existe para la
sociedad. (H. Heine)
No
son pocos los cordobeses que se descerebran pensando qué ciudad nos espera
cuando se llegue a normalizar la vida ciudadana; qué sociedad será la
sobreviviente al encierro, las presiones, las angustias y los pesares
emergentes de la desgracia universal que nos abatiera con sus secuelas de
muerte y de luto.
Mientras tanto y frente a la sucesión de
remiendos que se vienen aplicando porque es innegable la ciclotimia para el
manejo de una situación tan compleja y avasallante, ocurre en tanto que esa concentración
de gestión descuida otro factor que se viene fortaleciendo frente a la atención
lógica que se presta a la pandemia y sus consecuencias: el crecimiento del
accionar delictivo.
Sin
ser especialista en la materia, como ciudadano común basta vivir la realidad
para llegar al convencimiento que los esfuerzos se centran en los inútiles
controles callejeros con despliegue de efectivos poco instruidos pero que se
hacen notar. Es inexplicable la presencia de tantos policías, motos y
patrulleros que en la mayoría de los casos se limitan a dejar pasar displicentemente
a vehículos y transeúntes, mientras en los barrios y cada vez más en el centro,
los hampones se deleitan robando, asaltando y matando sin encontrar obstáculos,
y eso que aún no hemos llegado a lo que puede considerarse un “pico” de la
agobiante situación sanitaria.
Al
ser la creciente falta de trabajo y consecuentemente de dinero más la
desesperación y la impotencia, el delito se fortalece por dos importantes
factores como lo son la necesidad y la impunidad reinantes y en aumento.
En
los sectores no tan sólo marginales el tráfico y el consumo de sustancias
prohibidas puede que haya disminuido precisamente por falta de dinero pero se
han fortalecido el “paco”, los “porros” y los “ravioles” junto a fármacos
potentes cuya comercialización descontrolada es consecuencia de la falta de autoridad que la
impida.
Y en
la tarea conexa para la lucha contra el narcotráfico que es la denuncia
anónima, fue posible comprobar que al menos uno de esos mecanismos choca contra
una indiferencia y burocracia que no deja de ser una ayuda que incentiva el comercio
y el consumo de drogas.
En
una publicitada línea gratuita 0-800 las llamadas son atendidas con un estilo
que lejos de ser displicente por lo inexplicable, es como si quien denuncia
corriendo riesgos de las derivaciones si es identificado, tuviera la obligación de
investigar y actuar por su cuenta, porque no sólo reclaman la ubicación exacta
de donde se vende la droga, sino que llegan al absurdo de pedir algunos nombres
de los involucrados y por poco fotos y sus números de documentos.
Mientras
tanto en algunos barrios son caravanas de autos de alta gama y de motoqueros
cultores del “delívery”, los que desde cada anochecer atruenan a su paso a un
vecindario ya cansado de esas nocturnas e impunes invasiones.
Es
para suponer que por la trascendencia de esa desembozada manera de operar por
parte de los “compradores” la policía no es ajena a tales actividades, pero con
su conducción ensimismada en intentar controlar encierros -con éxito relativo y
escaso- descuida ese fundamental aspecto que hace a las angustias de la gente
frente a la inseguridad de la que poco se ocupa y sigue siendo víctima.
Bien
pudiera el Estado ahorrar el costo de la línea 0-800 mal llamada “para
denuncias anónimas” de narcotráfico, si al ciudadano le exige una tarea de
“inteligencia” que debiera abordar la autoridad.
Y de
paso, al displicente y exigente personal que la atiende relevarlo de esa
obligación y encomendarle ser parte de un equipo de investigadores que encare
la tarea que le exige a quienes creen que su denuncia “anónima” va a ser tomada
con la seriedad que merece.
Y mientras
tanto, los “cacos” siguen con su festival delictivo sin que el ocupadísimo aparato
policial los inquiete.
Gonio Ferrari
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