23 de junio de 2020

Ante el crecimiento del delito


HORA DE EMPEZAR A PENSAR  EN LA
PANDEMIA DE LAS  CONSECUENCIAS
Todo delito que no se convierte
en escándalo no existe para la
sociedad. (H. Heine)

   No son pocos los cordobeses que se descerebran pensando qué ciudad nos espera cuando se llegue a normalizar la vida ciudadana; qué sociedad será la sobreviviente al encierro, las presiones, las angustias y los pesares emergentes de la desgracia universal que nos abatiera con sus secuelas de muerte y de luto.
    Mientras tanto y frente a la sucesión de remiendos que se vienen aplicando porque es innegable la ciclotimia para el manejo de una situación tan compleja y avasallante, ocurre en tanto que esa concentración de gestión descuida otro factor que se viene fortaleciendo frente a la atención lógica que se presta a la pandemia y sus consecuencias: el crecimiento del accionar delictivo.
   Sin ser especialista en la materia, como ciudadano común basta vivir la realidad para llegar al convencimiento que los esfuerzos se centran en los inútiles controles callejeros con despliegue de efectivos poco instruidos pero que se hacen notar. Es inexplicable la presencia de tantos policías, motos y patrulleros que en la mayoría de los casos se limitan a dejar pasar displicentemente a vehículos y transeúntes, mientras en los barrios y cada vez más en el centro, los hampones se deleitan robando, asaltando y matando sin encontrar obstáculos, y eso que aún no hemos llegado a lo que puede considerarse un “pico” de la agobiante situación sanitaria.
   Al ser la creciente falta de trabajo y consecuentemente de dinero más la desesperación y la impotencia, el delito se fortalece por dos importantes factores como lo son la necesidad y la impunidad reinantes y en aumento.
   En los sectores no tan sólo marginales el tráfico y el consumo de sustancias prohibidas puede que haya disminuido precisamente por falta de dinero pero se han fortalecido el “paco”, los “porros” y los “ravioles” junto a fármacos potentes cuya comercialización descontrolada es  consecuencia de la falta de autoridad que la impida.
   Y en la tarea conexa para la lucha contra el narcotráfico que es la denuncia anónima, fue posible comprobar que al menos uno de esos mecanismos choca contra una indiferencia y burocracia que no deja de ser una ayuda que incentiva el comercio y el consumo de drogas.
   En una publicitada línea gratuita 0-800 las llamadas son atendidas con un estilo que lejos de ser displicente por lo inexplicable, es como si quien denuncia corriendo riesgos de las derivaciones si es  identificado, tuviera la obligación de investigar y actuar por su cuenta, porque no sólo reclaman la ubicación exacta de donde se vende la droga, sino que llegan al absurdo de pedir algunos nombres de los involucrados y por poco fotos y sus números de documentos.
   Mientras tanto en algunos barrios son caravanas de autos de alta gama y de motoqueros cultores del “delívery”, los que desde cada anochecer atruenan a su paso a un vecindario ya cansado de esas nocturnas e impunes invasiones.
   Es para suponer que por la trascendencia de esa desembozada manera de operar por parte de los “compradores” la policía no es ajena a tales actividades, pero con su conducción ensimismada en intentar controlar encierros -con éxito relativo y escaso- descuida ese fundamental aspecto que hace a las angustias de la gente frente a la inseguridad de la que poco se ocupa y sigue siendo víctima.
   Bien pudiera el Estado ahorrar el costo de la línea 0-800 mal llamada “para denuncias anónimas” de narcotráfico, si al ciudadano le exige una tarea de “inteligencia” que debiera abordar la autoridad.
   Y de paso, al displicente y exigente personal que la atiende relevarlo de esa obligación y encomendarle ser parte de un equipo de investigadores que encare la tarea que le exige a quienes creen que su denuncia “anónima” va a ser tomada con la seriedad que merece.
   Y mientras tanto, los “cacos” siguen con su festival delictivo sin que el ocupadísimo aparato policial los inquiete.
Gonio Ferrari

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