6 de julio de 2021

¡Felices 448 años!

AMO A ESTA CORDOBA, CAPITAL DE
SILENCIOS, ENCIERROS Y BARBIJOS
 
   Es como si el tiempo, las ansiedades, los lamentos y las esperanzas hubieran acordado una tregua para cualquier celebración porque no es grato -por ejemplo- liberar burbujas en un funeral, como arrepentirse de los pecados en las puertas del infierno.
   Nuestra e innegociable sigue siendo la Córdoba de las campanas, de la tonada, de su cuatrisecular universidad, del cuarteto, del fernet, del humor y de las chichís pero ahora distinguiéndose con otra ropa como si un virósico vendaval de barro la hubiera castigado y el encierro fuera impuesto como inicial alternativa frente a la inmisericorde invasión.
   Hoy es la misma Córdoba de siempre: apasionante, sensual, acogedora, solidaria, insegura, industrial, caótica aunque señorial, masiva y espontánea fabricante de apodos, madre y protectora de protestas sociales, enfermizamente tolerante a los ataques a la libertad de circular, ciclotímicamente iluminada o condenada a las tinieblas y las oscuridades, “perfumada” por sus cloacas colapsadas, obligada a la caminata cuando le esconden su transporte público, resignada a la castración parcial de muchas de sus calles, dueña de un río urbano con vocación de bravura, generosa con el estudiantado foráneo que se aquerencia, fanática de sus clubes y en suma, orgulloso enclave mediterráneo rodeado en partes iguales por cariños, admiraciones y envidias.
   Ella cumple 448 años prisionera en una gigantesca cárcel sin rejas ni candados pero con miedos, angustias y adioses. Las universidades de sus médicos, abogados, ingenieros y todos los otros profesionales que de esos claustros surgieran plenos de altivez y porvenir, son al igual que sus veredas y peatonales el permanente desfile de barbijos, máscaras plásticas y otros aislantes, como si el Destino quisiera disfrazarnos a todos para que nos desconociéramos y no pudiéramos abrazarnos, rozar mejillas húmedas, sentir el latir de corazones ajenos...
   En el momentáneo recuerdo y en la evocación de los viejos que sobreviven, quedaron atesorados los mágicos instantes de las juntadas, el crepitar de los carbones con techo de parrillas, las señas y las picardías de la mesa de truco y las caminatas por los shopping en siestas donde el alpedismo pasa a ser una barata y agradable costumbre.
   Esta Córdoba que por lo general perdona sin olvidar y disimula sin guardar rencores, puede llegar a coincidir con aquel célebre pensamiento que en su incomparable cobardía, la sociedad contemporánea prefiere legalizar los errores antes que combatirlos, lo que para los cordobeses en estos momentos críticos pasa a ser tolerancia, convivencia y respeto por el dolor tanto propio como ajeno.
   De todas maneras, que la ilusión de encontrar la luz -la buena luz- al final del túnel en el que nos ha enclaustrado la pandemia, tengamos la grandeza cívica, con auténtico orgullo cordobés, de apagar las velitas que casi cuatro siglos y medio atrás imaginariamente encendiera don Jerónimo Luis de Cabrera hacia la posteridad y que antes de la desgracia actual festejáramos jubilosos cada 6 de julio.
   No habrá pandemia, adversidad, tragedia o tormenta que doblegue nuestro espíritu combativo, contestatario y con vocación de grandeza, que nos impida gozar ese enorme orgullo de ser y sentirnos cordobeses.
   Para el final de los miedos, de los barbijos, de los adioses, de los silencios y por el regreso a la plenitud ¡Salud Córdoba, Patria de siempre…!

Gonio Ferrari

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