UN INÉDITO CASO EN LA HISTORIA
ESO DE SER MITO ANTES DE MORIR
Aquel gris día inicial de julio de 1974
moría una parte de la vívida historia argentina para parir, simultáneamente
aunque ya fuera leyenda, un mito que nos viene acompañando y así lo seguirá
haciendo por los años y los años. Que seguirá siendo utilizado por unos,
bastardeado por otros, amado y odiado.
Con sus iniciales banderas que abrevaran allá lejos y en el tiempo en la derecha europea, fue Juan Domingo Perón, cariñosamente llamado “El Potro” quien primero aplicó masivamente aquella desusada costumbre de la justicia social que produjo un saludable cambio en la calidad de vida de los argentinos. Tres veces elegido por abrumadoras mayorías para ocupar la más alta magistratura del país, supo industrializar y regalar progreso, ubicándonos dentro de las principales potencias del mundo.
El remanente de fanáticos, herederos sin vivencias testimoniales, son los más encerrados en su incondicional fogosidad que por el camino de la lealtad llegaron a la idolatría que devino en pernicioso sectarismo que es la antesala del fervoroso endiosamiento.
En cuanto a otros aspectos de su vida o de su gestión, no son pocos los argentinos que le endilgan la culpa de los males actuales, de las crisis, de los desencuentros, de las grietas virtualmente insalvables, de las caprichosas y ciclotímicas variaciones ideológicas.
No son pocos, asimismo, los que recuerdan pero prefieren no mencionar, aquellas amistades que lo entornaran, tan nefastas de un extremo a otro en el arco del pensamiento como lo fueron López Rega, Mario Firmenich y muchos otros referentes del caos y de la violencia. Es probable que Perón sea el personaje histórico más controvertido entre los argentinos; el que aun y sin que lo afectaran los tiempos despierta pasiones y odios: el paladín de las lealtades para unos y artífice de las traiciones para otros. Irrespetuoso del mandato popular e instrumento de la antidemocracia golpista y cuartelera, supo servirse de esa democracia ofendida para acceder al poder y allí consolidarse por un largo tiempo de bonanza, hasta que el agotamiento sectorial de la paciencia llevara a que parte de sus huestes militares hicieran tronar el escarmiento que tuvo inicial destino de destierro y posterior revancha a través del voto.
Puede que por todo eso y como si se quisiera cubrir una parte de la historia con un manto no siempre piadoso, es imposible borrar de sus páginas que antes que político, Juan Domingo Perón, histórico jinete del caballo pinto, fue militar de alma y General de la Nación. Así las cosas, sin pretender ser reduccionista, se me antoja que de ninguna manera se lo puede soslayar como padre de un movimiento civil inicial y popular, que con el tiempo se transformó en religión, en culto, en fanatismo…
Llama la atención y muchas veces desorienta, la bruma que ahora rodea su memoria, que es ese fantasma parecido al olvido.
Sus retratos ya no son tantos.
La emblemática marcha partidaria casi no se canta, porque ahora al capital no hay que combatirlo, sino acostumbrarnos a convivir con él.
Los principios sociales se vieron y aún se ven eclipsados por el clientelismo, la dádiva y el aliento al subsidio que es el padre de la vagancia y de la indignidad que degrada al esfuerzo y al sacrificio.
Pero no me parece justo, en homenaje a la historia, que no haya tantos actos recordatorios que exalten la figura y la estatura política del tres veces presidente, a 47 años -casi medio siglo- de su muerte.
Porque a veces la superficialidad ideológica, la ambición desmedida, la enfermiza apropiación de consignas y estandartes y la vocación por la impunidad que lucen muchos de los usurpadores de su doctrina, suelen desvalorizar el bien ganado respeto -valorado a no- hacia los grandes muertos.
Así es que vivimos la ruin manera de ver arrebatar derechos humanos que son de todos, incluso de los que sufrimos la pesadilla militar y no por eso sucumbimos a los cantos de sirena que entonaban los que en nombre y por mandato de Perón, vendían su imagen de románticos.
Perón los echó de la Plaza, cuando debió marginarlos de la historia.
Apoyar, seguir, discutir o cuestionar a personajes relevantes como Perón son respetables actitudes que pasan a ser parte de la memoria y se los puede endiosar, se los puede odiar, pueden ser ejemplos o pésimos modelos a evitar. Pero olvidarlos, aunque fuera parcialmente, no deja de ser una injusticia.
Han transcurrido 47 años y todavía, algunos de los tantos que se disfrazaron de peronistas, no terminan de matarlo.
Gonio Ferrari
ESO DE SER MITO ANTES DE MORIR
Con sus iniciales banderas que abrevaran allá lejos y en el tiempo en la derecha europea, fue Juan Domingo Perón, cariñosamente llamado “El Potro” quien primero aplicó masivamente aquella desusada costumbre de la justicia social que produjo un saludable cambio en la calidad de vida de los argentinos. Tres veces elegido por abrumadoras mayorías para ocupar la más alta magistratura del país, supo industrializar y regalar progreso, ubicándonos dentro de las principales potencias del mundo.
El remanente de fanáticos, herederos sin vivencias testimoniales, son los más encerrados en su incondicional fogosidad que por el camino de la lealtad llegaron a la idolatría que devino en pernicioso sectarismo que es la antesala del fervoroso endiosamiento.
En cuanto a otros aspectos de su vida o de su gestión, no son pocos los argentinos que le endilgan la culpa de los males actuales, de las crisis, de los desencuentros, de las grietas virtualmente insalvables, de las caprichosas y ciclotímicas variaciones ideológicas.
No son pocos, asimismo, los que recuerdan pero prefieren no mencionar, aquellas amistades que lo entornaran, tan nefastas de un extremo a otro en el arco del pensamiento como lo fueron López Rega, Mario Firmenich y muchos otros referentes del caos y de la violencia. Es probable que Perón sea el personaje histórico más controvertido entre los argentinos; el que aun y sin que lo afectaran los tiempos despierta pasiones y odios: el paladín de las lealtades para unos y artífice de las traiciones para otros. Irrespetuoso del mandato popular e instrumento de la antidemocracia golpista y cuartelera, supo servirse de esa democracia ofendida para acceder al poder y allí consolidarse por un largo tiempo de bonanza, hasta que el agotamiento sectorial de la paciencia llevara a que parte de sus huestes militares hicieran tronar el escarmiento que tuvo inicial destino de destierro y posterior revancha a través del voto.
Puede que por todo eso y como si se quisiera cubrir una parte de la historia con un manto no siempre piadoso, es imposible borrar de sus páginas que antes que político, Juan Domingo Perón, histórico jinete del caballo pinto, fue militar de alma y General de la Nación. Así las cosas, sin pretender ser reduccionista, se me antoja que de ninguna manera se lo puede soslayar como padre de un movimiento civil inicial y popular, que con el tiempo se transformó en religión, en culto, en fanatismo…
Llama la atención y muchas veces desorienta, la bruma que ahora rodea su memoria, que es ese fantasma parecido al olvido.
Sus retratos ya no son tantos.
La emblemática marcha partidaria casi no se canta, porque ahora al capital no hay que combatirlo, sino acostumbrarnos a convivir con él.
Los principios sociales se vieron y aún se ven eclipsados por el clientelismo, la dádiva y el aliento al subsidio que es el padre de la vagancia y de la indignidad que degrada al esfuerzo y al sacrificio.
Pero no me parece justo, en homenaje a la historia, que no haya tantos actos recordatorios que exalten la figura y la estatura política del tres veces presidente, a 47 años -casi medio siglo- de su muerte.
Porque a veces la superficialidad ideológica, la ambición desmedida, la enfermiza apropiación de consignas y estandartes y la vocación por la impunidad que lucen muchos de los usurpadores de su doctrina, suelen desvalorizar el bien ganado respeto -valorado a no- hacia los grandes muertos.
Así es que vivimos la ruin manera de ver arrebatar derechos humanos que son de todos, incluso de los que sufrimos la pesadilla militar y no por eso sucumbimos a los cantos de sirena que entonaban los que en nombre y por mandato de Perón, vendían su imagen de románticos.
Perón los echó de la Plaza, cuando debió marginarlos de la historia.
Apoyar, seguir, discutir o cuestionar a personajes relevantes como Perón son respetables actitudes que pasan a ser parte de la memoria y se los puede endiosar, se los puede odiar, pueden ser ejemplos o pésimos modelos a evitar. Pero olvidarlos, aunque fuera parcialmente, no deja de ser una injusticia.
Han transcurrido 47 años y todavía, algunos de los tantos que se disfrazaron de peronistas, no terminan de matarlo.
Gonio Ferrari
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