LLEGÓ LA PRIMAVERA Y DESDE EL PODER
DECRETARON EL FINAL DE LA PANDEMIA
Los cordobeses alguna vez cultores del
romanticismo seguimos viviendo desorientados con relación a las estaciones que implacablemente
nos indica con su esclavizante rigor el almanaque y a las temperaturas que de
un día para el otro nos agobian por la pegajosa humedad, o nos obligan a sacar
del placar la camiseta, la campera y el pulóver que habíamos arrumbado para no
verlos ni tocarlos hasta el próximo año.
Y finalmente, cuando suponíamos que la
primavera no se había enterado que era su atávica costumbre alegrarnos la vida
y seguía paseando por otras lejanas geografías, se aquerenció pidiendo
disculpas y haciendo anunciar su insólita tardanza con temperatura acorde,
clásica y aguardada para esta altura del sufrido período pandémico.
Que ya está entre nosotros la estación de la juventud, bandera estudiantil, forjadora de romances, fabricante de flores, verdores y perfumes, se nota en el calor que industrializa la maravilla de las sonrisas, los ojos luminosos y la ansiada brevedad de la ropa. Las limitaciones en la circulación y la distancia social para los encuentros fraternos o casuales son en muchos casos motivos de evocaciones y recuerdos traídos a un impensado presente de hisopados, barbijos y encierros, como si el Dueño de Todos los Relojes quisiera demorar el estallido de las flores y aún más la dolorosa y salobremente lacrimógena postergación de los abrazos.
Una simple recorrida por la peatonal cordobesa, pese a variables y antipáticas limitaciones, nos regala el magnífico y gratuito cuadro de la pasarela permanente por donde siempre desafiantes y pese a todo desfilan ellas, las dueñas de las miradas y destinatarias de los suspiros y de otras clásicas manifestaciones de masiva y sonora aprobación.
Aunque pasen los tiempos; aunque habitemos Saturno o consigamos enfriar al Sol, jamás se perderá la evocación de aquellos instantes mágicos en que nos creíamos hombres y ellas ya se sabían mujeres. Esos remotos arrebatos, que ahora se atribuyen a la estudiantina, no eran otra cosa que la explosión sensual que ahora ataca sin edades y sin sexos, pero que cada vez menos nos ocupamos de ocultar.
La primavera, verdugo de los ocres inviernos y concubina del color, del calor creciente, de los suspiros y de las flores, ya está entre nosotros para que la recibamos con el alma henchida de felicidad como homenaje a los recuerdos y las nostalgias de tiempos idos, tan lejanos y a la vez presentes en el momento de evocarlos.
Debe ser por eso que cuando el espíritu no envejece y tenemos la dicha de la serena plenitud, la llegada de la primavera tiene cada vez que ocurre el explosivo despertar del amor naciente, ese dulce yugo de renovada frescura que silenciosamente nos encadena al placer de sentirnos vivos.
Aunque dejando vacíos, tristezas y silencios hayan pasado demasiados años, casi como resucitando aquellos bisoños, inexpertos e íntimamente húmedos tiempos del picnic…
Ahora, cuando la clandestinidad se transformó en un modelo “impuesto” desde arriba y le viene dando sopapos al irrefrenable deseo la primavera llega lo mismo, inclaudicable vencedora de las murallas, las prohibiciones, los ocultamientos, las leyes o los decretos de necesidad y urgencia.
Ya está, algo tardía, pero en todo su esplendor la primavera dueña de soles y de caricias; de fantasías y de intenciones; de pétalos y de abrazos… y también de esperanzas en poder ser felices pese a las desgracias.
Que ya está entre nosotros la estación de la juventud, bandera estudiantil, forjadora de romances, fabricante de flores, verdores y perfumes, se nota en el calor que industrializa la maravilla de las sonrisas, los ojos luminosos y la ansiada brevedad de la ropa. Las limitaciones en la circulación y la distancia social para los encuentros fraternos o casuales son en muchos casos motivos de evocaciones y recuerdos traídos a un impensado presente de hisopados, barbijos y encierros, como si el Dueño de Todos los Relojes quisiera demorar el estallido de las flores y aún más la dolorosa y salobremente lacrimógena postergación de los abrazos.
Una simple recorrida por la peatonal cordobesa, pese a variables y antipáticas limitaciones, nos regala el magnífico y gratuito cuadro de la pasarela permanente por donde siempre desafiantes y pese a todo desfilan ellas, las dueñas de las miradas y destinatarias de los suspiros y de otras clásicas manifestaciones de masiva y sonora aprobación.
Aunque pasen los tiempos; aunque habitemos Saturno o consigamos enfriar al Sol, jamás se perderá la evocación de aquellos instantes mágicos en que nos creíamos hombres y ellas ya se sabían mujeres. Esos remotos arrebatos, que ahora se atribuyen a la estudiantina, no eran otra cosa que la explosión sensual que ahora ataca sin edades y sin sexos, pero que cada vez menos nos ocupamos de ocultar.
La primavera, verdugo de los ocres inviernos y concubina del color, del calor creciente, de los suspiros y de las flores, ya está entre nosotros para que la recibamos con el alma henchida de felicidad como homenaje a los recuerdos y las nostalgias de tiempos idos, tan lejanos y a la vez presentes en el momento de evocarlos.
Debe ser por eso que cuando el espíritu no envejece y tenemos la dicha de la serena plenitud, la llegada de la primavera tiene cada vez que ocurre el explosivo despertar del amor naciente, ese dulce yugo de renovada frescura que silenciosamente nos encadena al placer de sentirnos vivos.
Aunque dejando vacíos, tristezas y silencios hayan pasado demasiados años, casi como resucitando aquellos bisoños, inexpertos e íntimamente húmedos tiempos del picnic…
Ahora, cuando la clandestinidad se transformó en un modelo “impuesto” desde arriba y le viene dando sopapos al irrefrenable deseo la primavera llega lo mismo, inclaudicable vencedora de las murallas, las prohibiciones, los ocultamientos, las leyes o los decretos de necesidad y urgencia.
Ya está, algo tardía, pero en todo su esplendor la primavera dueña de soles y de caricias; de fantasías y de intenciones; de pétalos y de abrazos… y también de esperanzas en poder ser felices pese a las desgracias.
La primavera llegó para quedarse y vale repetir que ni siquiera la pandemia puede ponerla entre paréntesis. Desde el poder y con claros objetivos de propaganda precomicial decretaron el milagro de la plena salud, así como supieron condenarnos al encierro exagerado y a los adioses sin despedidas.
Se advierte algo parecido a una indisimulable desesperación emergente del resultado de las PASO.
Gonio Ferrari
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