Esta
sesuda sentencia es del escéptico moralista francés Nicolás
Sèbastien-Roch, quien suscribía sus escritos con el seudónimo
Chamfort
y al leerla me transportó a los casi remotos tiempos de mi primera
infancia, cuando en la Escuela Olmos (hoy shopping ¡O! by Angeloz)
las maestras -que no eran “seño’s”- intentaban inculcarnos las
bondades del ahorro “como base de la fortuna”.
Y
moneda a moneda, comprábamos estampillas de la Caja Nacional de
Ahorro Postal que íbamos pegando en una libreta y podíamos cambiar
por dinero efectivo cuando quisiéramos, previa liquidación que nos
hacían en el acto.
Por
lo general, esta operación se concretaba al final del ciclo lectivo
y nos encontrábamos a veces con sumas que sobrepasaban nuestra
propia imaginación, porque ya las veníamos pensando en juguetes o
en golosinas. Por allí los abuelos y las tías -que por mayoría
eran solteronas- nos regalaban de esas estampillas para engordar el
álbum.
Eso
se llamaba ahorro, porque acumulaba dinero que excedía, para los
tiempos en que escaseara.
El
escenario ha cambiado, los estilos son distintos y las necesidades
actuales, nada que ver con las de más de medio siglo atrás, cuando
nuestra moneda valía por lo que valía y no por lo que ahora dicen
que vale o que deja de valer.
Como
si al ahorro lo hubieran transformado en una repudiable traición a
la Patria, parte de una maligna receta del imperialismo o macabro
invento desestabilizador de “la opo” y del poder mediático.
Ahora
ahorrar es avaricia y representa una deleznable actitud que destroza
el sentido solidario. ¡Hay que gastar! es la consigna, en qué
comprar es lo de menos, pero olvidarse del colchón y sus secretos,
del tarro de galletas en la alacena, del espacio detrás del bidet o
del universal y clásico chanchito.
Habrá
que ver qué opinan los bancos, cuya oferta de ahorro decreció
después de los corralitos y los cepos inexistentes que el gobierno
dice haber superado sin reconocer que existen. Total un contrasentido
más, es lo de menos.
La
embestida antiahorro es oficial, encarnada por ese personaje
contradictorio que es el exitoso gobernador del empobrecido Chaco, y
curiosamente ascendido a super ministro, Jorge Capitanich.
Es
una suerte que en el gabinete no exista el ministerio de Asuntos
Ridículos.
No
haría falta romperse la cabeza buscando candidato.
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