“El
dolor es más soportable para el
que
carece de pan” (H. Foscolo)
¿Por
qué será que el tormento físico es lo más invalidante para el ser
humano? No es casual que los desalmados y los tiranos lo apliquen a
quienes se oponen a sus designios o como manera de arrancar
confesiones a través de la sangre, del padecimiento y del miedo a
que se prolongue el calvario.
Es
probable que el paralelo sea exagerado, pero se hace difícil
restarle dramatismo al sufrimiento de quienes por su carencia de
recursos o de cobertura médica, están condenados a la indignidad
del dolor, porque el negocio de los medicamentos carece de cualquier
virtud que se parezca a la sensibilidad social.
El
deterioro que provoca cualquier enfermedad suele ser controlado por
la enorme gama de específicos que integran nuestro vademecum,
posiblemente el más amplio del planeta. Y han sido los laboratorios
-especialmente multinacionales- las empresas que más han lucrado en
nuestro país, transformado a veces en campo experimental de
compuestos prohibidos en el resto del mundo.
Los
laboratorios que operan en Argentina, a más de su indudable poderío
económico, en muchas ocasiones y con distintos gobiernos han
impuesto sus criterios científicos y sus caprichos políticos,
modificando leyes y haciéndolas adecuar a sus intereses. Viene al
caso recordar como ejemplo, la dura lucha del ex Presidente don
Arturo Illia en ese sentido.
Sin
embargo esos laboratorios cuentan con un condicionante de la
situación que les posibilita lucrar desmedidamente con la
inocultable complicidad de un poder que permite todos los excesos, en
nombre de la salud de la población. Y es así que encontramos
situaciones absurdas como los márgenes inverosímiles de utilidades
que se advierten al cotejar el costo de un producto con su precio
final.
Eso
lleva a los laboratorios a tomar de rehenes a los médicos, en muchos
casos seducidos tras la imposición de las muestras gratis, por
invitaciones a congresos de dudoso nivel científico que son más
viajes de turismo que encuentros donde se debata la problemática
específica. Esas muestras no son gratuitas, porque el paciente las
paga con creces cuando el sistema le impone su compra y utilización,
de la que depende la recuperación de la salud que es parte
fundamental del bienestar.
Especular
con el dolor de la gente; con la desgracia de la enfermedad y sus
secuelas, es una vil acción que debe terminar sin que esto
signifique el quebranto de nadie ni el riesgo de perder fuentes
laborales, que son las amenazas constantes de los especuladores de
siempre, que por curiosas razones suelen estar estrechamente
vinculados con los círculos del poder donde se toman decisiones.
El
gobierno nacional se ha encaminado a terminar con el despiadado abuso
empresario, estableciendo precios reales a miles de medicamentos, los
más utilizados de la farmacopea nacional y que debido al descontrol
habían alcanzado precios astronómicos sobre todo para el bolsillo
de los más vulnerables.
Era
hora y resulta oportuno destacar que una posición firme al respecto
terminará con este perverso camino de impunidades que por la
indiferencia oficial, venían transitando a sus anchas los
laboratorios, fortaleciendo frente al dolor una cruel manera de
imponer precios aprovechándose de las angustias ajenas.
Si
los laboratorios ya acostumbrados a especular con la desesperación
del prójimo, embolsar fortunas y consolidar un romance de mutua
conveniencia con los profesionales de la salud, amenazan con irse a
otro país, no les pongamos trabas porque la oferta empresaria es
variada como para elegir lo mejor, y terminar con esa salvaje
costumbre de imponer métodos reprobables, que transforman un bien
social como es el medicamento, en un artículo suntuario.
Porque
la salud no debe ser un privilegio de nadie, sino la merecida calidad
de vida al alcance de todos.
La
salud es también un derecho humano fundamental.
GONIO
FERRARI
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