La bolivariana causa chavista ya tiene
un nuevo soldado, en este caso un sanmartiniano que por convicción ideológica o
por vocación mercenaria ingresó a otro ejército y a lo mejor dejó el uniforme
original, colgado en la percha del ejército para el que tantas victorias y
satisfacciones cosechó.
Como futbolista, claro.
No como modelo de oposición al narcotráfico ni ejemplo para una juventud
que lo idolatró por la magia de su zurda (me refiero al pié de ese lado) y lo
ascendió a general de la pelota, mariscal de la gambeta y embajador mundial del
gol.
Se le perdonó la “mano de Dios” porque fue contra los ingleses, se le
tolera su paternal estilo abandónico y su propensión a tocar, embarazar y
buscar nuevas emociones en su maratón de cosificar a la mujer de turno.
Está bien. No me peguen que soy el Gonio.
Por eso quiero dejar a salvo lo único que nos sirvió para
enorgullecernos de él, pelear por su buen nombre y su gamba excepcional, pero
en su condición exclusiva de futbolista, manejador de un cuero redondo lleno de
ilusiones compartidas con millones de argentinos, al paso de todos los
gobiernos de los que Diego fue oficialista casi sin excepción.
Ya es un soldado de camisa roja y charreteras “sponsoreadas”, una con el
recuerdo de SU comandante venezolano y la otra con las siglas CFK 2015 que no
estoy seguro habrán de caer atractivas a mucha gente, incluyendo a los
simpatizantes y seguidores del kirchnerismo más puro y auténtico.
Es como tenerlo a Schoklender encargado de las finanzas o a Jorge Corona
como ministro de Educación.
Puede que lo haya hecho por necesidad, porque si resulta caro mantener
un matrimonio, imaginemos lo que será hacerlo con dos, tres o los que vayan a
seguir apareciendo en forma de divorcio.
Será comentarista deportivo y político de acuerdo con lo que adelantó y
tendrá como ladero a ese agradable y metafórico relator, por muchos envidiado
no por su cercanía con el poder, sino por lo que le pagan.
Maradona rezó una encendida oración cívica al anunciar en Caracas la
firma del contrato que lo ligaba a la televisión y al gobierno de Venezuela,
para la transmisión del Mundial de Fútbol.
Víctor Hugo Morales, con inusual cautela, se inclinó por la prudencia
del respetuoso silencio, al menos en las noticias e imágenes que llegaron a mi
conocimiento.
Diego el ídolo, el único, el irreemplazable, el irrepetible, el
endiosado mundialmente, el padrillo universal, el agobiado por la frula, el que
nos hizo delirar con su endiablada manera de divertirse con un fútbol, hizo lo
único que le faltaba: meterse de milico.
Y para colmo, en la legión extranjera.
Gonio Ferrari
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