NADA HA CAMBIADO Y CORDOBA ES UNA GIGANTESCA ZONA ROJA
Nos dejaron librados a cuanto choro anduviera suelto,
permitieron que hordas motorizadas asolaran el centro, los barrios, los
supermercados, negocios pequeños, transeúntes y domicilios particulares; se
cagaron (perdón por el exabrupto) en las leyes, en sus jefes, en la autoridad y
se quedaron esperando en un encierro al que primero mandaron a sus mujeres, que
la debilidad del poder político aflojara y les prometiera más de lo que habían
pedido.
Ni en la paritaria más salvaje que podamos recordar se consiguió tanto
en tan poco tiempo “de discusión”, porque el viajero gobierno de la provincia
tuvo que soportar el indigno espectáculo de ver sus propios lienzos a la altura
de los tobillos mientras recibía numerosos y prolijos besitos en la nuca de sus
ausencias.
Los revoltosos tendrían todo: los sueldos soñados, aumentos en los
adicionales, equipamiento, patrulleros nuevos, armas, comunicaciones, mejoras
edilicias en lo que eran casi taperas, en fin, todo lo que a los dueños de los
fierros, de las calles y de las penumbras urbanas y rurales se les había
ocurrido reclamar.
Y como para retomar una iniciativa vergonzosamente perdida y una imagen
acentuadamente devaluada, el gobierno engayoló a varios sediciosos, aplicó
sanciones, motorizó juicios como para decir “aquí mandamos nosotros y que a
nadie se le ocurra otra vez sacar los pies del plato”. Relevo de la cúpula,
reuniones aquí y allá, encuentros con los vecinos, diagramas operativos,
papeles, papeles, papeles …
Pero la ciudad sigue mostrando el descarnado rostro de un hampa reinante
por la impunidad que le regalaron y la inoperancia policial de la que se
aprovechan los multiplicados delincuentes.
Seguir enumerando detalles de un drama que hace demasiado tiempo
padecemos los cordobeses, es reiterar lugares y situaciones comunes, razón por
la cual, lo mejor es ejemplificar la realidad con un solo suceso: de un predio
industrial enclavado en una barriada, ¡se robaron del techo, el tanque de agua
de 1.500 litros!
Es más o menos como si se afanaran el tanque de nafta de un patrullero o
a don Julio César Suárez le robaran el calzoncillo con el uniforme puesto.
Con ese solo ejemplo basta, aunque el comisario de la jurisdicción haya
explicado que “el barrio es una zona roja” (¡¿?!).
Respetuosamente se hace necesario decirles al inventor del cordobesismo,
a su ministro de Gobierno, al titular (¿existe?) del área de Seguridad y al
propio Jefe policial, don Suárez, que tengan la honestidad de reconocer de una
buena vez, que Córdoba es roja.
Que toda Córdoba es una gigantesca zona roja.
Gonio Ferrari
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