6 de febrero de 2014

CONTROL ESTATAL Y NO ESTADO POLICIAL NI REINO DE SOPLONES



La historia nos ha venido enseñando a lo largo de los años y con irrebatibles ejemplos, que en nuestro país es materia de mayores estudios técnicos la evasión, que el necesario cumplimiento de los compromisos tributarios. En forma exponencial creció la nómina de impuestos hasta conformar un cúmulo de obligaciones que se ha hecho imprescindible elaborar una especie de calendario paralelo con los vencimientos.
El Estado -que somos todos… y todas- no puede sostenerse sin esos aportes y vive aplicando medidas que le permitan disminuir el número de evasores a las contribuciones que fija a las distintas actividades y productos. No es necesario ser experto en economía para apreciar no los procedimientos, sino los resultados de medidas inapropiadas e inoportunas y la aplicación de burdos y olvidables parches en errores cometidos y jamás asumidos.
Y al hablar de la política económica nacional, exageradamente ensalzada con la grandilocuencia de rotularla como “la década ganada” ya sabemos que no es una falacia de los medios concentrados, sino por información del mismísimo Banco Central, que día a día estamos sacrificando reservas hasta llegar a niveles pocas veces padecidos en los últimas años, para sostener algo del valor de nuestra anémica moneda.
Tal el escenario para un sainete del que no participó el pueblo como en las históricas convocatorias a la Plaza de Mayo, ahora actos reservados a la más rancia militancia de funcionarios y aplaudidores, sin correr los riesgos ciertos de algún cartel o cualquier otra expresión de desacuerdo. Más que oratoria de autocrítica o de enfoques de una realidad agobiante, los discursos son arengas para responsabilizar y demonizar al prójimo pero jamás reconocer errores o rumbos equivocados, porque para el enfoque K las culpas siempre son ajenas.
Y desplazándonos geográfica e históricamente al Paraguay de Stroessner, viene al caso citarlo como ejemplo de la instauración del estado policial cuando por tiranía o dinero se fue tejiendo una red ciudadana de delaciones, con raigambre nazi, de todo aquello que no coincidiera con las posturas oficialistas en cualquier aspecto y no tan solo en cuanto a sus políticas. La versión izquierdosa se puso en práctica en la Cuba castrista desde su alineamiento con la vieja URSS, mediante organismos barriales de control que llamaron Comité de Defensa de la Revolución, cuyos integrantes de la más conspicua comunión ideológica eran una patriótica muestra de solidaridad, como asimismo de espionaje doméstico con sus lógicas delaciones de todo aquello que osara contradecir el discurso único que partía desde la usina del poder central.
Aunque los argentinos hayamos padecido dictaduras feroces, la acechanza interna, las escuchas telefónicas y la infiltración en gremios y centros de estudiantes que eran las prácticas corrientes de los curiosamente llamados “servicios de inteligencia”, siendo honestos nunca llegamos a extremos tan dramáticos que nos llevaran a desconfiar hasta de vecinos o parientes.
El Estado tiene mecanismos legales para detectar y sancionar a quienes violen las leyes, el incumplimiento del pago de los cánones y las situaciones abusivas en materia de precios o de las operaciones con moneda extranjera a cualquier escala. No es necesaria la amenaza de quitar subsidios, de chequear la intimidad de los trabajadores a través de los sindicatos o de lanzar a la calle hordas de militantes para controlar lo que desde el mismo gobierno, por impericia o necesario apresuramiento, se hizo incontrolable.
Los argentinos no necesitamos que nos espíen, que nos vigilen o nos vivan atisbando, como si fuéramos una sociedad de 40 millones de sospechosos que están buscando perjudicar, no al Estado pero sí a un gobierno que en más de una década no tuvo la grandeza de reconocer errores, porque la soberbia de un legítimo aunque ahora devaluado 54 por ciento aún se aplique para agrandar de manera sustancial a los mediocres y faltos de argumentos.
Los argentinos no necesitamos otra cosa que ser gobernados todos… y todas sin distingos de oficialistas u opositores; de seguidores de los “medios hegemónicos” o de los del “poder concentrado”; de citadinos o gente de campo; de civiles o militares y de tantos otros ejemplos de “esto” o de “aquello”.
Por Dios, aunque de Èl se acuerden solo cuando hay turbulencia o en las visitas al Papa Francisco, necesitamos unión más que látigos; conducción más que bravatas, imaginación más que remiendos, honestidad más que sospechas, respeto por la ley más que corrupción, sensibilidad más que propaganda, grandeza más que enanismo ideológico, veneración de la ancianidad más que fútbol para todos, autocrítica más que arrogancia, humildad uruguaya más que altanería nacional y popular, democracia más que autoritarismo…
La situación y su escenario nos obligan a ser todos peronistas -de Perón y no de quienes se apropiaron de sus banderas- porque una de sus históricas definiciones nos ahorran sesudos análisis, vanas interpretaciones del “hoy de cada día” y alocadas proyecciones: “La única verdad es la realidad”.
Los argentinos, vale recalcarlo y anidarlo en el cerebro nacional, necesitamos gobernantes equilibrados que nos orienten y nos lleven y no la prepotencia ideológica ni la vigencia de los soplones que nos acosen.
No somos, por fortuna, el Paraguay de Stroessner ni la Cuba castrista.
Gonio Ferrari


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