La
historia nos ha venido enseñando a lo largo de los años y con
irrebatibles ejemplos, que en nuestro país es materia de mayores
estudios técnicos la evasión, que el necesario cumplimiento de los
compromisos tributarios. En forma exponencial creció la nómina de
impuestos hasta conformar un cúmulo de obligaciones que se ha hecho
imprescindible elaborar una especie de calendario paralelo con los
vencimientos.
El
Estado -que somos todos… y todas- no puede sostenerse sin esos
aportes y vive aplicando medidas que le permitan disminuir el número
de evasores a las contribuciones que fija a las distintas actividades
y productos. No es necesario ser experto en economía para apreciar
no los procedimientos, sino los resultados de medidas inapropiadas e
inoportunas y la aplicación de burdos y olvidables parches en
errores cometidos y jamás asumidos.
Y
al hablar de la política económica nacional, exageradamente
ensalzada con la grandilocuencia de rotularla como “la década
ganada” ya sabemos que no es una falacia de los medios
concentrados, sino por información del mismísimo Banco Central, que
día a día estamos sacrificando reservas hasta llegar a niveles
pocas veces padecidos en los últimas años, para sostener algo del
valor de nuestra anémica moneda.
Tal
el escenario para un sainete del que no participó el pueblo como en
las históricas convocatorias a la Plaza de Mayo, ahora actos
reservados a la más rancia militancia de funcionarios y
aplaudidores, sin correr los riesgos ciertos de algún cartel o
cualquier otra expresión de desacuerdo. Más que oratoria de
autocrítica o de enfoques de una realidad agobiante, los discursos
son arengas para responsabilizar y demonizar al prójimo pero jamás
reconocer errores o rumbos equivocados, porque para el enfoque K las
culpas siempre son ajenas.
Y
desplazándonos geográfica e históricamente al Paraguay de
Stroessner, viene al caso citarlo como ejemplo de la instauración
del estado policial cuando por tiranía o dinero se fue tejiendo una
red ciudadana de delaciones, con raigambre nazi, de todo aquello que
no coincidiera con las posturas oficialistas en cualquier aspecto y
no tan solo en cuanto a sus políticas. La versión izquierdosa se
puso en práctica en la Cuba castrista desde su alineamiento con la
vieja URSS, mediante organismos barriales de control que llamaron
Comité de Defensa de la Revolución, cuyos integrantes de la más
conspicua comunión ideológica eran una patriótica muestra de
solidaridad, como asimismo de espionaje doméstico con sus lógicas
delaciones de todo aquello que osara contradecir el discurso único
que partía desde la usina del poder central.
Aunque
los argentinos hayamos padecido dictaduras feroces, la acechanza
interna, las escuchas telefónicas y la infiltración en gremios y
centros de estudiantes que eran las prácticas corrientes de los
curiosamente llamados “servicios de inteligencia”, siendo
honestos nunca llegamos a extremos tan dramáticos que nos llevaran a
desconfiar hasta de vecinos o parientes.
El
Estado tiene mecanismos legales para detectar y sancionar a quienes
violen las leyes, el incumplimiento del pago de los cánones y las
situaciones abusivas en materia de precios o de las operaciones con
moneda extranjera a cualquier escala. No es necesaria la amenaza de
quitar subsidios, de chequear la intimidad de los trabajadores a
través de los sindicatos o de lanzar a la calle hordas de militantes
para controlar lo que desde el mismo gobierno, por impericia o
necesario apresuramiento, se hizo incontrolable.
Los
argentinos no necesitamos que nos espíen, que nos vigilen o nos
vivan atisbando, como si fuéramos una sociedad de 40 millones de
sospechosos que están buscando perjudicar, no al Estado pero sí a
un gobierno que en más de una década no tuvo la grandeza de
reconocer errores, porque la soberbia de un legítimo aunque ahora
devaluado 54 por ciento aún se aplique para agrandar de manera
sustancial a los mediocres y faltos de argumentos.
Los
argentinos no necesitamos otra cosa que ser gobernados todos… y
todas sin distingos de oficialistas u opositores; de seguidores de
los “medios hegemónicos” o de los del “poder concentrado”;
de citadinos o gente de campo; de civiles o militares y de tantos
otros ejemplos de “esto” o de “aquello”.
Por
Dios, aunque de Èl se acuerden solo cuando hay turbulencia o en las
visitas al Papa Francisco, necesitamos unión más que látigos;
conducción más que bravatas, imaginación más que remiendos,
honestidad más que sospechas, respeto por la ley más que
corrupción, sensibilidad más que propaganda, grandeza más que
enanismo ideológico, veneración de la ancianidad más que fútbol
para todos, autocrítica más que arrogancia, humildad uruguaya más
que altanería nacional y popular, democracia más que autoritarismo…
La
situación y su escenario nos obligan a ser todos peronistas -de
Perón y no de quienes se apropiaron de sus banderas- porque una de
sus históricas definiciones nos ahorran sesudos análisis, vanas
interpretaciones del “hoy de cada día” y alocadas proyecciones:
“La única verdad es la
realidad”.
Los
argentinos, vale recalcarlo y anidarlo en el cerebro nacional,
necesitamos gobernantes equilibrados que nos orienten y nos lleven y
no la prepotencia ideológica ni la vigencia de los soplones que nos
acosen.
No
somos, por fortuna, el Paraguay de Stroessner ni la Cuba castrista.
Gonio Ferrari
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