17 de mayo de 2017

Doña Hebe y sus hijos adoptivos --------------

UNA HISTÓRICA TRAVESÍA DESDE LOS
DERECHOS  HUMANOS A LA RECIENTE
PESADILLA DE SUEÑOS COMPARTIDOS

   Si el tema está en manos de la Justicia es por algo y quien piense en una maniobra política pergeñada en año electoral, puede visualizar dos opciones: una, que era hora de empezar a terminar con un despojo mayúsculo que se habría perpetrado en nombre de los derechos humanos, un sentimiento que a lo largo de la década saqueada fue a parar -de manera casi exclusiva- al bolsón de los argumentos del kirchnerismo una vez aferrado al poder, porque según la historia que se remonta a Santa Cruz poco había hecho en tal sentido el matrimonio que creyó ser padre y exclusivo propietario.
   La otra opción puede que también tenga su fundamento en lo que es la moderna concepción de las campañas preelectorales: mostrar logros y propuestas propias sin dejar de desnudar pausadamente y día a día toda la mugre residual que pudieran cargar en sus espaldas derrotadas y sin arrepentimiento, aquellos personajes ahora opositores, que al amparo de la impunidad que les consagró el poder, se sirvieron precisamente de los derechos humanos para estafar los pesares ajenos y en su lacrimógeno nombre enriquecerse a costa del Estado, que somos todos.
   Nadie cuestiona la lucha que en su momento liderara doña Hebe, que en cierta medida fue desvirtuada por sus aristas de venganza más que de Justicia; de revancha por sobre la reparación; de represalia más que desagravio a la memoria. El movimiento que generaran las Madres de Plaza de Mayo adquirió relieve internacional mientras fue una bandera que enarbolaron en la búsqueda desesperada y en el castigo exigible para los genocidas que instrumentaron la vigencia del secuestro, de la capucha, de la tortura, de la muerte y de la desaparición.
   Esa, vale reiterarlo, fue una dura y valiente contienda entre el desacuerdo ideológico y el imperio del terrorismo de Estado.
   Penoso fue lo posterior, que bajo la protección y la complicidad de funcionarios del mismo Estado, esta vez salpicado por las dudas, la corrupción  y el “congelamiento” de la causa emergente en un juzgado adicto como lo era el de Norberto Oyarbide.
   Fue así que se encubriera el despojo mayúsculo que con la caída del kirchnerismo en elecciones libres, que la causa fuera avanzando hasta llegar a la incriminación de Hebe, los hermanos Schoklender y varios funcionarios más del anterior gobierno por administración fraudulenta en perjuicio de la administración pública y otros cargos, disponiéndose embargos preventivos que sumados, rondarían los mil millones de pesos.
   Doña Hebe por su lucha supo ser ejemplo para el mundo, despertando lógica admiración y encumbrando su figura pese a las burdas descalificaciones que tuviera con la figura y la universal investidura del Papa Francisco, con quien luego haría buenas e inexplicables migas. Mandó a sus fanáticos seguidores a utilizar como baño el atrio y el interior de la Catedral, se abrazó con su amigo el genocida general Milani a quien no cuestionó por ser del mismo palo político y por fin naufragó en el ambicioso plan de construir viviendas para los más desposeídos, con dinero nuestro; con dinero del Estado.
   Respondiendo cloacalmente a las acusaciones de la Justicia jugó a la rebeldía, para que la policía fuera a buscarla y poder representar una vez más su estudiado y perenne papel de víctima, lo que sumado a la carencia de autocrítica fue como si suscribiera un pacto de fidelidad al estilo “K”.
   Aunque sea lerda, la Justicia también llega para que los acusados le respondan, que es lo mismo que responderle al pueblo sobre todas las dudas y las sospechas, porque el Fiscal sabe que ella -doña Hebe- avaló como titular de su Fundación todas las decisiones de Schoklender y conocía de los desmanejos financieros pero aprobó los balances irregulares.
  Es bueno ir conociendo la realidad y desmitificando ciertas posturas guerreras y falsa e hipócritamente solidarias, porque son las que minan la confianza de la gente en instituciones que aparecen como sensibles y responsables frente a la necesidad ajena.
   Más allá del rugiente y ominoso silencio kirchnerista sobre el tema, la mudez de su militancia y la llamativa exclusión de funcionarios de inevitable conexión con esos delitos, es para pensar que si el abrigo de un techo es un derecho humano que de sueño compartido termina en pesadilla, el juicio de los hombres es secundario.
   Si en gente tan desalmada existieran la voz y el juicio de la conciencia sería suficiente, justo y eterno castigo.
   El pañuelo blanco, siempre lo dijo doña Hebe, no se mancha.

Gonio Ferrari

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