HOY ES EL DÍA DEL
TRABAJADOR
Hoy es el día nuestro, de los que
por convicción y alta responsabilidad hemos abrazado desde décadas atrás la
cultura del trabajo, que no deja de ser una innegociable actitud frente a la vida
que nos enaltece ante la sociedad.
Y no es tanto para festejar, sino para evocar en el respeto a los
mártires de Chicago y su sacrificio, al entregar sus vidas en la lucha por
reivindicaciones que por aquellos años eran una de las tantas utopías para el
reinado del capitalismo.
No hay para qué extendernos en
discursos, sino más bien en una especie de enunciación de principios, que hacen
a la dignidad de trabajar.
Como siempre y en casi todo el
mundo, la celebración del día del trabajo, o del trabajador,
es motivo para reuniones multitudinarias como los casos de La Habana, Moscú y
la inestable Caracas por ejemplo, o con la sagrada expresión del locro, entre
nosotros.
Aquí
el clima en los años más recientes ha sido adverso para los seguidores del
criollo potaje, porque la temperatura más cercana al calor que al fresco,
acentúa los efectos de una ingesta descontrolada.

Quiero
de paso ofrecer un humilde reconocimiento a todos los dirigentes sindicales que
ofrendaron buena parte de sus vidas, en la diaria fragua de la lucha gremial,
sin claudicaciones ni privilegios.
A
los que siguieron siendo ejemplo de fervor laboral en su trabajo cotidiano y no
vivieron prendidos a la licencia sindical, en cuyo nombre se cometen tantos
abusos.
Quiero eximir de este reconocimiento, por estrictas cuestiones de
justicia, a los que se sirven de su condición de dirigentes en provecho propio,
de sus familiares, de los amigos y de las amigas, porque no merecen figurar en
el cuadro de honor de los honestos.
Quiero,
en definitiva, valorar el esfuerzo de tantos hombres y mujeres que se
dignifican laburando, sacrificando su descanso, buscando siempre algo más para
hacer; para sentirse útiles, para saberse capaces, que es la manera más
maravillosa de sentirnos libres.
Por
otra parte las becas a la vagancia (algunos les llamaban y les llaman planes o
subsidios) no hicieron otra cosa que robar la poca dignidad que les quedaba a
muchos argentinos, que preferían eso: la dádiva en lugar de transpirar,
precisamente para dignificar y adecentar lo que cobraban como ñoquis.
Debemos
reconocer también la culpa de muchas empresas, que cuentan con dos curiosos
mecanismos destinados a la reducción de sus planteles: las tecnologías
aplicadas a mansalva y la injuria del pago en negro, no para beneficiar al
trabajador, sino como otra manera de evadir tributos e impuestos.
Seguramente
con la madurez democrática que pese a todo aún no hemos alcanzado, llegará el
momento en que la sinceridad se coloque por encima de la especulación.
Y se haga carne en los argentinos
aquello que sostenía Ghandi: “Dios ha creado al hombre para que gane su
sustento trabajando, y ha dicho que aquel que come sin trabajar, es un ladrón”.
Gonio Ferrari
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