REFLEXIONES PARA EL DIA DE
LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN
Suele ser un argumento de los
gobiernos autoritarios, sostener que otorga a los medios periodísticos y por
ende a la ciudadanía, el beneficio o la gracia de poder decir lo que se les
antoje. La necedad está en que ningún gobierno debiera asumir esa temeraria
potestad, porque es un derecho consagrado en nuestra Constitución y es básico
en los genuinos sistemas democráticos.
Si desde el poder se pregona la generosidad de dejarnos opinar o hablar, es cuando más se esconde la censura disfrazada de varias sutiles maneras, como son el condicionamiento económico a través de la pauta publicitaria que suele ser llamativamente generosa, la discriminación a la hora de informar eligiendo al destinatario según sea como piense, o el perverso y tan aplicado sistema de premios y castigos.
Existe entre nosotros y ya es conocida por su práctica habitual, la malsana costumbre oficial de suponer que con la onerosa y por lo general inoportuna y exagerada publicidad de los actos de gobierno, que es un disfraz de promoción partidaria, se compran aplausos.
O que con los montos siderales que se destinan a los medios de mayor audiencia, se pagan silencios. Ambas posturas, en definitiva, son dos de las visiones que nos aporta esa insuperable vocación por la hipocresía que caracteriza a muchos de nuestros malos políticos, y más aún cuando manejan eso tan sensual que es el poder.
Después de todo, el hecho de sentirse salvajemente libre está en cada uno de nosotros, con una sutil diferencia: los que tomamos esa actitud como una forma de vida, y los grises que al quedar bien con Dios y con Satanás, creen que transmiten una imagen de libertad, de independencia o de equilibrio en el pensamiento.
Y a la hora de hablar de libertad de expresión, mi abierto desdén profesional a los que se dicen colegas y todavía, cerca y lejos y a veces con orientado perfil de apoyo e indulgencia -que es el estilo que aplican cuando son poder- siguen amparados en esa curiosa figura del “periodismo militante” y persisten en su actitud de cero autocrítica porque a lo propio lo ven perfecto, pese a lo cual no asumen la realidad y operan más que informan o comentan, como si nada negativo estuviéramos viviendo, mirando a través de la propia lente selectiva que se apoya en su amnesia colectiva y reniega de la memoria y de la historia.
Por suerte, nos conocemos todos.
Gonio Ferrari
LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN
Si desde el poder se pregona la generosidad de dejarnos opinar o hablar, es cuando más se esconde la censura disfrazada de varias sutiles maneras, como son el condicionamiento económico a través de la pauta publicitaria que suele ser llamativamente generosa, la discriminación a la hora de informar eligiendo al destinatario según sea como piense, o el perverso y tan aplicado sistema de premios y castigos.
Existe entre nosotros y ya es conocida por su práctica habitual, la malsana costumbre oficial de suponer que con la onerosa y por lo general inoportuna y exagerada publicidad de los actos de gobierno, que es un disfraz de promoción partidaria, se compran aplausos.
O que con los montos siderales que se destinan a los medios de mayor audiencia, se pagan silencios. Ambas posturas, en definitiva, son dos de las visiones que nos aporta esa insuperable vocación por la hipocresía que caracteriza a muchos de nuestros malos políticos, y más aún cuando manejan eso tan sensual que es el poder.
Después de todo, el hecho de sentirse salvajemente libre está en cada uno de nosotros, con una sutil diferencia: los que tomamos esa actitud como una forma de vida, y los grises que al quedar bien con Dios y con Satanás, creen que transmiten una imagen de libertad, de independencia o de equilibrio en el pensamiento.
Y a la hora de hablar de libertad de expresión, mi abierto desdén profesional a los que se dicen colegas y todavía, cerca y lejos y a veces con orientado perfil de apoyo e indulgencia -que es el estilo que aplican cuando son poder- siguen amparados en esa curiosa figura del “periodismo militante” y persisten en su actitud de cero autocrítica porque a lo propio lo ven perfecto, pese a lo cual no asumen la realidad y operan más que informan o comentan, como si nada negativo estuviéramos viviendo, mirando a través de la propia lente selectiva que se apoya en su amnesia colectiva y reniega de la memoria y de la historia.
Por suerte, nos conocemos todos.
Gonio Ferrari
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