19 de mayo de 2021

Palabra presidencial

 A LA HORA  DE  REVOLEAR CULPAS AJENAS, HEMOS
CAÍDO EN LA VOLTEADA JUNTO CON LOS PORTEÑOS
 
  El Sr. Presidente de los argentinos anduvo de viaje por el viejo continente acompañado por una comitiva, cuyo número de integrantes resultó incluso excesiva para el Sumo Pontífice con domicilio en el Vaticano, quien deslizó esa apreciación como trascendido comentario. Los resultados de la tournée son para evaluar en el corto plazo según sea la fuente que los divulgue y el Dr. Fernández volvió a nuestros pagos a recuperar el contacto con una realidad agobiante, tremendamente peligrosa y de incierto pronóstico tal como lo es la pandemia, su letal crecimiento y las consecuencias que ya estamos padeciendo.
   Sería de ceguera incurable pretender negar el enorme componente político e ideológico que se advierte con varias de las medidas -o la inexistencia de muchas de ellas- tomadas en torno de la lucha contra el virus, la negociación de las vacunas, los reiterados y costosísimos viajes para traerlas “en cuotas”, los acuerdos económicos, las demoras difícilmente explicables y de otro orden manejados para su obtención, las tardanzas selectivas en la distribución y una dudosa calidad de la logística aplicada.
   Y a pocos días de su regreso al país el Sr.  Presidente adelantó en respuesta a la evolución de la pandemia, que seguirían las restricciones después del próximo viernes que termina la vigencia del DNU que las impusiera y no ahorró conceptos de su sentido crítico cuando lamentó “el tiempo que han perdido distritos como la ciudad de Buenos Aires y Córdoba al no adoptar algunas de esas decisiones”. En pocas palabras nada nuevo: las culpas son siempre ajenas.
   No aludió en cambio a otras situaciones escandalosamente anormales como las vacunaciones de privilegio, los desbordes bonaerenses en cuanto al acatamiento de limitaciones en la circulación y actividad comercial, artística, deportiva, ni una palabra sobre River ni nada de Tinelli, bailongos, etc.  -y no de libertades- a lo que se suman las exigencias de cierta dirigencia gremial en materia de vacunaciones, la excesiva tolerancia para soslayar infracciones al aislamiento ni la existencia de las notoriamente escondidas pretensiones en el ámbito más encumbrado del gobierno, con relación a la participación de legisladores nacionales provincianos para el tratamiento de iniciativas abiertamente destinadas a otros fines y objetivos alejados de los que se pregonan desde la cúpula del poder. 
   El apremio estatal por la instigación a los hisopados, es un claro indicador de angustia y desesperación que utilizan los demagogos como distractivo social frente a un drama que se les escapó de las manos.
   Lo más penoso es que ahora, cuando vemos el crecimiento imparable de las cifras de infectados y de muertos, mientras la capacidad de reacción está en los umbrales del colapso pese al enorme sacrificio y compromiso de los equipos médicos, advertimos las raíces de lo que está ocurriendo y vemos más cercano un panorama de futuro tan incierto que echamos un vistazo hacia atrás y vemos el descontrol que reinó en materia de prevención, cuando nadie fue capaz de controlar y reparar las consecuencias del desacato generalizado a lo que se imponía como medidas preventivas: está la duda si fue impericia o falso respeto en la concepción de la libertad, que deja de ser tal cuando el destino es la tumba o el fuego y sin despedidas.
   “De todos los hechos culpables ninguno tan grande como el de aquellos que, cuando más nos están engañando, tratan de aparentar bondad” era el concepto y la definición de Cicerón. Y dentro de los rasgos salientes en la personalidad de la mayoría de los gobernantes, sin distinción de colores políticos, es su escasa inclinación por algo que la sociedad permanentemente les reclama y es la autocrítica, lo que equivale a tener la certeza en el sentido que ninguno -o pocos- leyeron a Cervantes cuanto pontificó “¿Qué locura o qué desatino me lleva a contar las ajenas faltas, teniendo tanto que decir de las mías?”

 Gonio Ferrari

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