11 de mayo de 2021

Nuestro Himno Nacional en su día

LO  CANTE QUIEN LO CANTE O CÓMO LO CANTE
MIENTRAS SEA CON RESPETO POR SU ESPÍRITU
 
    Tengo a mano uno de los doce tomos que componen el “Gran Omeba”, diccionario enciclopédico ilustrado, edición argentina del año 1967 o sea de 54 años atrás, que casi desde su aparición fue mi mejor elemento de consulta que adopté como tal por considerarme un ardiente defensor de la pureza de nuestro rico y maltratado idioma, que sigue padeciendo estoicamente y pese a su avanzada edad, los embates de ciertos audaces innovadores que con deplorables resultados tratan de modificarlo acudiendo a torpes subterfugios y a graciosas como patéticas prácticas del variado repertorio de la estupidez disfrazada de erudición. Al requerir a la consulta del vocablo “sagrado, da” se lo califica como adjetivo en cuatro casos y en un restante como figura y considero ahora oportuno hacer un paréntesis para retomar el párrafo más adelante.
   Con estrépito mediático involuntariamente oportuno ante nuestra pandémica realidad -es mejor calificarlo así- invadió un año atrás canales de TV, frecuencias radiales y páginas gráficas la versión  en ritmo cuartetero de uno de nuestros más idolatrados y respetados símbolos patrios que es el Himno Nacional, cantado -de alguna manera es preciso tipificarlo-  por un artista popular del género que al decir de muchos es parte de la cultura cordobesa y no están del todo errados aunque no les guste pero lo bailen en las fiestas.
   La memoria reciente nos recrea otros estilos musicales de la misma pieza patriótica que allá por los inicios de la segunda década del siglo XIX naciera de la creatividad de Alejandro Vicente López y Planes, a la que en 1813 le pusiera música el español Blas Parera, radicado en nuestro país y se estrenara pese a no existir fehacientes constancias de ello en la voz de Mariquita Sánchez de Thompson y su pianoforte.
   La letra original contenía conceptos antimonárquicos y antiespañoles pero en la intención que sirviera para un acercamiento con diplomáticos ibéricos, se abreviaron las estrofas e introdujeron cambios que eliminaban ciertos conceptos peyorativos sobre otras naciones y fue necesario aguardar hasta 1847 en que finalmente se lo llamó Himno Nacional Argentino.
   Prácticamente incólume desde entonces, nuestro Himno aguantó el cimbronazo de la versión que se le ocurriera a Charly García y que difundiera ante una multitud el 9 de julio de 1991 si es que son exactos los archivos y la memoria.
   Pueden decir lo que quieran de aquella aventura, calificarla de la manera que cada quien considere acertada, mostrar repulsión por lo que muchos la trataron como una ofensa y un menoscabo, pero nadie puede negar que nuestra canción identificada con la Patria Argentina dejó de ser un balbucear en los actos escolares, donde lentamente las raíces de la argentinidad volvieron tímidamente a germinar. Y cuando nuestros representantes nacionales en justas deportivas cumplían con un rito viejísimo de rendirle honores cantándolo, mascaban chicles, hacían “playback”, se arreglaban los rulos, escupían al piso o buscaban las cámaras que podían incorporarlos a las tapas de las revistas o a las páginas de los diarios.
   Reconozcamos el estilo de los “Pumas” del rugby que les enseñaron a los cultores de otras disciplinas, que al himno aunque no se lo cante, por lo menos hay que gritarlo desde el corazón; desde los rincones más recónditos del alma y del sentir, sin timidez por desafinar y sin el rubor del llanto emocionado.
   Más recientemente fueron muchos los artistas y luminarias que lo cantaron dejando versiones decorosas como las de Patricia Sosa o de Jairo, Fabiana Cantilo, Fito Páez, Mecha Sosa, Ciro Martínez, Soledad y otras sin olvidar las que se hicieron con lenguaje de señas para hipoacúsicos y más recientemente, hasta con la voz y la expresión del payaso “Piñón fijo”. ¿Qué nos puede extrañar entonces que un cuartetero cercano, abrumado por el encierro y condenado al silencio frente a las grandes multitudes haga su versión del Himno Nacional?
   Y es momento de volver al diccionario y su explicación sobre el vocablo sagrado. Dice como figura “Que, por el uso a que está destinado, merece veneración y respeto”, pero más se acerca al escenario de la novedad que recientemente nos invadiera, una de las acepciones de esa palabra, la repitamos, sagrado: “Entre los antiguos, lo que era muy difícil de conseguir por medios humanos” y eso está escrito y decretado mucho antes que naciera “La Mona” Carlitos Jimenez, mi vecino décadas atrás en barrio Luz y Fuerza junto a Bajo Palermo.
   Porque si se trata de recuperar cuando aún no es demasiado tarde la decadente cultura del respeto por los símbolos, que la modernidad ni los sectarismos sean obstáculo para que cualquier versión de nuestra Canción Patria sea no tan solo entonada sino sentida y pase a ser aceptada por la sociedad argentina sin distingos, marginaciones, discriminaciones ni estigmatizaciones de ninguna clase.
   La cante quien la cante o cómo la cante, mientras sea con un sagrado respeto por su espíritu.
Gonio Ferrari

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