ENCERRADO EN LA OPULENCIA MATERIAL
CON SU SOLEDAD
ENTRE LA MULTITUD
El gran país -o país grande- del Norte es una de las potencias más
poderosas del planeta, aunque tal calificación no sea compartida por los rusos,
los chinos y algunos otros que sostienen que tal liderazgo es sólo una cuestión
de marketing internacional alentada por un fabuloso aparato propagandístico que
no repara en gastos como tampoco en algunas mentiras, invasiones, bloqueos,
sojuzgamientos y otras exageraciones.
Paredones, tapias, medianeras o
parapetos hay en cualquier parte y se usan para unir o aislar y separar;
adornar u orinar, pintarrajear o respetar, preservar intimidades, fusilar o
transgredir la disposición que prohíbe fijar carteles. Mamparos y albardillas
los hay por centenares, unos famosos gracias a la sangre y otros ignorados en
justo homenaje a su propia intrascendencia.
Pero muro más famoso e infame
como el que por 28 años alejó -siendo vecinas- a las dos
Alemania de posguerra
estableciendo la hambruna soviética por una parte y la floreciente Berlín occidental por la otra,
no existió en lo que se conoce de la historia. Nació desde las oscuridades
previas al 12 de agosto del ’61 con una extensión que inicialmente fue de 155
kilómetros de hirientes alambradas para terminar siendo de hormigón con cuatro
metros de altura, un foso, ancha senda para la circulación de los controles
comunistas, casetas, torres y sistemas de alarmas. Separó a familias, amigos,
propiedades, intereses y otros afectos con ese maldito espacio intermedio que
el tiempo bautizó como “franja de la muerte” donde sucumbieron las ansias de
libertad de un centenar de personas que dejaron allí su vida cuando más de
cinco mil intentaron franquearla.
El 9 de noviembre del ’89 el
gobierno de la República “Democrática” de Alemania permitió la salida hacia el
Oeste de los que vivían en la prisión urbana del sector comunista soviético,
miles cruzaron y nadie pudo detenerlos, consiguiendo incorporar a la historia
un inolvidable reencuentro que para los tiempos y con la caída del muro, fue
una especie de tumba de las ideologías.
Pero ahora resulta que casi
tres décadas después, un ricachón devenido en político y estadista, recreando
aquellos viejos sueños hegemónicos e imperiales de la izquierda belicista,
pretende desde la derecha opulenta sojuzgar de la misma manera a un pueblo sufrido
y digno, militarmente indefenso y económica y laboralmente dependiente: ya es
un hecho que se construirá un muro a lo largo de la frontera que antes unía a
los Estados Unidos de Norteamérica y México.
El pretexto es terminar con la
inmigración ilegal de los aztecas que buscan en sus “primos” el bienestar que
no encuentran entre sus hermanos y como un himno a la hipocresía, la potencia
más poderosa del mundo dice querer extinguir el narcotráfico, cuando es el país
que más de esa basura produce y el mayor consumidor universal.
La historia reciente es el
mejor testigo de la ignominia que significa el aislacionismo impuesto por la
fuerza militar en cualquiera de sus versiones: los Estado Unidos que junto a
sus aliados cuestionaban la actitud soviética tras la “repartija” de Berlín,
después se ensañaron con Cuba a lo largo de años y años de inhumano bloqueo y
ahora con México, en una actitud que hacia adentro rotulan como
“proteccionista” cuando es abierta e implacablemente perversa y violatoria de
todos los derechos para los cuales la gran potencia del norte se disfrazó ante
el mundo, de gendarme protector.
¿Es la impía soberbia del
vencedor impensado?
¿Es una nueva muestra de la
expansionista y filibustera sangre inglesa transfundida a los americanos con el
ropaje de la democracia?
Dentro de mi ignorancia en
materia de política internacional, se me ocurre aventurar que Donald Trump está
cerrando los candados de su imperio, hasta que la realidad en su implosión le
demuestra que estuvo equivocado.
Pero sin ser apocalíptico, sibilino
o agorero -en un escenario de vértigo como es la actualidad- ya será demasiado
tarde… para todos.
Gonio Ferrari
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