VIENEN LOS REYES MAGOS
Esta noche y en el amanecer de mañana millones de criaturas -cada vez de
menor edad- van a renovar el rito milenario de la curiosidad, la inocencia, la
espera y la sorpresa.
Esa vigilia tensa, nerviosa, sumida en cabeceos de sueño, despertares de
un solo ojo, ansias por el misterio y sospechas por alguna recóndita certeza.
Será la noche en que los mayores escondan más nervios que los pequeños
por eso de que todos, aunque tengamos más pasado que futuro, atesoramos un niño
adentro del alma.
Me viene al recuerdo el día previo de juntar al lado del pesebre el
pasto para los camellos, preparar el balde o la palangana con agua fresca hasta
el borde y dejábamos lista la jarra y tres vasos para Melchor, Gaspar y
Baltasar.
Y dejábamos allí los zapatitos, las sandalias, las zapatillas o las
alpargatas.
Era el ritual de la fantasía, a sabiendas que tendríamos un despertar de
trompos, fútbol con tientos, pelotas de goma, autitos Matarazzo de lata, el
mecano o un ovillo de hilo de algodón para el barrilete.
Ellas el muñeco malcriado, la pepona, el juego de ludo o el estanciero,
para pelear con los hermanos.
Los tiempos cambiaron.
Las cartas que enviábamos con el pedido, interceptadas por los padres,
eran el camino hacia el milagro que el calendario calcaba cada 6 de enero.
Ahora que los chicos las mandan por Internet, wasap o mensajes de texto
desorientan a cualquiera y nos sumergen en una molesta incertidumbre cibernética:
no sabemos si pidieron una laptop, una play, una tablet. un reproductor de MP4,
un celular satelital, un plasma curvo o anteojos para realidad virtual.
Gracias a Dios y al progreso, muchos de los reyes ahora vienen en 4x4.
La de hoy, será otra vez la noche universal de la magia.
Será la noche, esa misma noche cuando décadas atrás envidiábamos a los
zapatos que eran los únicos testigos de las reales visitas.
Lo pido por Dios que a nadie se le vaya a ocurrir destruir en los
esperanzados, ese secreto que fue parte de nuestras lejanas ilusiones.
Si todavía y no me lo niegue, cuando accionamos el chip de la memoria, somos
capaces de jurar haberlos visto a los tres, entre brumas de sueños, entrando y
saliendo de casa con sus camellos pisando las baldosas, comiendo el pasto y
bebiendo el agua.
A los Reyes Magos les
pedí hace tiempo un reloj sin agujas ni números, porque unas y otros son
implacables.
La mía no es
vocación de eternidad.
Son nada más
que mis ansias de vivir embriagado de recuerdos.
Gonio Ferrari
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