LOS NÚMEROS DE LA RAPIÑA ATERRAN
Y HACEN QUE PAREZCAN EXAGERADOS
No es cuestión de entrar en
detalles de todo lo que despojó al Estado argentino este sujeto que hoy sufrió
el naufragio de su soberbia, padeció el miedo a “ser boleta” y debe haber
pensado, humano al fin, que no debiera haber creído cuando sus poderosos
mandantes lo convencieron que con la eternidad en el poder, bien podía estar
seguro de su consagrada impunidad.
Y de acuerdo con varias de las
tantas acusaciones que pesan sobre su conciencia si es que la tiene o se
atrofió por la angurria, hubo casos en que las coimas representaban cinco o
seis veces el valor real de algunos emprendimientos que pagábamos todos… y
todas.
Y para no caer al lugar común
de los apresuramientos a los que conduce la emotividad de las imborrables
escenas del traslado a la cárcel, bueno sería serenar los ánimos y dosificar la
indignación para liberarla con todo su esplendor ciudadano una vez que la
Justicia cumpla con su cometido de juzgarlo, permitir que se defienda con todas
las garantías y condenarlo si es culpable aunque la alternativa de la
inocencia, por las probanzas acumuladas, son más remotas -y es sólo un ejemplo-
que pretender rogarle silencio y mesura a Luis Juez.
De Vido, más que un acusado
serial es el símbolo de una época signada por el arrebato grosero, el “escruche”
mayorista, el despojo descarado, la asociación que formó con los de abajo, los
del medio y los de arriba; el reino de la arrogancia, el desprecio por el
prójimo sufriente en propio beneficio, la altivez frente al mundo, la estafa a
las esperanzas y el quiebre del compromiso con el futuro, con la gente y con la
Patria.
Sin embargo, veremos con dolor
lo que de manera especial afectará a todos aquellos que con buena fe y
convicciones pensaron que todo era un armado mediático, que esa cleptocracia
instaurada por quienes miran el cielo desde atrás de las rejas fue el resultado
de una indemnidad que los llevó a la malversación, al pillaje de las arcas
públicas y al saqueo, con lo que consiguieron que los argentinos fuéramos un
internacional trapo con piojos, aislados de las grandes potencias y
diplomándonos como arquetipos de la ratería, el latrocinio y el fraude.
De Vido está donde debió haber
sido guardado tiempo antes, pero hay que entender en los políticos ese fino y
quirúrgico manejo de los tiempos, cuando se vive un trascendente año electoral
en cuyo transcurso podía haberse definido el camino a seguir sin escollos, o el
más estrepitoso de los fracasos porque bien sabemos que la gente al votar
aprendió a reclamar, premiar o castigar.
No es el único que merece estar
donde está.
Los casos de súbitos y groseros
enriquecimientos se pueden contar por decenas y justo sería que todos los depredadores
artífices de peculados reciban el rigor de la ley, lo que en realidad no
alcanza para calmar la irritación colectiva, porque los ladrones que
esquilmaron al Estado impidieron con su glotona codicia la atención de
problemas acuciantes en salud, vivienda, seguridad, industrialización, pobreza
e indigencia y otros aspectos negativos que nos castigaban sin misericordia.
De Vido fue un dique de
contención para el progreso, un ladrón de esperanzas, un patético burlador del
futuro nacional.
Pretender que devuelvan los
frutos de tan desmedida insaciabilidad entraría al terreno de las utopías,
porque los operadores de la corrupción bien se cuidan de esconder sus tesoros
malhabidos y nadie otorga recibos por las coimas.
Julio De Vido está preso, y
desde el desteñido y decadente kirchnerismo en vías de extinción surgen voces
en su defensa llegando casi a santificarlo de cándida y sonriente inocencia y
por lo que se sabe, poco le costaría apadrinar a nuestro políticamente sinuoso
Sumo Pontífice.
La decencia ha recobrado un
protagonismo que jamás debió perder.
Un aire de fresca esperanza
para los argentinos de bien, sacrificados exponentes del esfuerzo y del
compromiso.
Roguemos tener la paciencia
necesaria para que en plazos razonables, De Vido no se sienta tan solo y pueda
compartir con sus cómplices y mandantes, el amargo sabor del encierro al que lo
condenen la Justicia de los hombres y el clamor de la ciudadanía.
La otra Justicia, esa que nadie
conoce -pero teme- porque nadie tampoco regresó para contarla, puede seguir
esperando.
Pero que llegará, seguros
estemos que llegará…
Gonio
Ferrari
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