ELLA QUE
SIEMPRE PERDONA,
MERECE
NUESTRO HOMENAJE
Por coherencia en mi manera de pensar con la
forma de actuar, debo reconocer que es humanamente improcedente limitar a un
día el reconocimiento eterno y permanente que merecen las mamás.
Pero así son las reglas del consumo, lo que
no impide que en materia de homenajes lo concentremos, si, en un día al año.
Entonces ¿por qué será que teniendo tanto
para decir de ella las palabras no alcanzan nunca?
¿Por qué será que el cariño, la admiración,
la ternura, el respeto, la lucha, el refugio o el amparo sirvan para
sintetizarla?
¿Por qué una caricia, una lágrima, una
mirada o un recuerdo basten para que tengamos la certeza casi absoluta y
milagrosa de su presencia?
Ella sabe, porque así lo siente, que el
sacrificio y la entrega son parte vital de su atávica vocación protectora.
Sabemos, y ella también lo sabe, que a la
hora de estar junto a nosotros no existen los enojos, las barreras ni las
distancias.
Estuvimos muy dentro de su mundo,
nutriéndonos de su generosidad y de sus ansias por tenernos; por vernos nacer.
Es la que nos regala el mágico prodigio de
la vida, nos quita los miedos, espanta las sombras, comprende lo incomprensible
y ahuyenta nuestras penas.
Es quien todo nos perdona.
Es la tibieza del beso o el rigor del tirón
de orejas…
Nada interesa si es casada o soltera, viuda
o divorciada.
Sus méritos como esposa, concubina o como le
quieran llamar poco cuentan, porque esa mujer, por encima de cualquier vetusto
y apolillado rótulo convencional, es Mamá.
Y si abrumados por la angustia, buscamos un
motivo que nos devuelva la alegría de vivir, más que a nosotros en nosotros la
encontramos a ella, así la tengamos o no y ese es el insondable sortilegio de
su amor, porque con ella tal sentimiento está más allá de lo terrenal; de lo explicable.
Podemos conocerla o no, pero estoy
convencido que aquellos que no la conocen, lo mismo respiran por ella y miran
por sus ojos.
Siempre está y estará allí peleando por
nosotros, cuidándonos, guiándonos, llevándonos de su mano.
Siempre cerca.
En la dicha y en la desgracia; en la risa y
en el llanto.
Maravillosamente presente.
Siempre nuestra y nosotros de ella, aunque
no la veamos volver.
Siempre… siempre.
Gonio
Ferrari
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