EL FRÍO NO TE DIÓ TIEMPO
Es probable -todo es probable- que algún gendarme por obediencia debida te haya dado un empujón o una trompada, que corriste en defensa propia como legalmente propia fueron tu rebeldía y tu protesta, te encontraste con un río que creías manso pero te metiste justo en el peor lugar donde el barro está demasiado debajo de tu nula condición de nadador, cargado de invierno en la ropa.
Allí, cuando tardíamente se entiende que manotear es al pedo, habrás visto pasar por tu mente esa postrera y detallada película de tu vida con todos tus legítimos anhelos, proyectos, algunos logros y las frustraciones que tiene cualquiera de nosotros, porque eras uno más, precisamente de nosotros, los seres vivos.
Habrás tenido lógicamente tus ideas políticas, tu ideología respetable cualquiera haya sido y una manera salvaje de practicar el ejercicio de la libertad sin ataduras geográficas, laborales o sentimentales, porque según dicen eras un ebrio de tu propia independencia, enemigo de los candados, las llaves y los cerrojos.
Pintón desgreñado mujeriego o misógino es lo de menos porque si hubo amores, se quedaron con la ausencia irreparable, el luto y el recuerdo que suele ser el más barato y accesible de los consuelos.
Por eso que somos materia y energía inmortal tras descarnar, tengo la convicción que has podido seguir capítulo a capítulo todas y cada una de las escenas de tu vida que fueron escribiendo en la mayoría de los casos quienes no te conocían salvo por fotos; de quienes nunca te cruzaron con un café, una birra, una palabra o una mirada.
¡Tantos jueces de cartón te condenaron o te absolvieron!
Tantos como tantos fueron los fiscales que te endilgaron errores, como aquellos ignotos defensores que llegaron casi a tu canonización.
¿Alguien pensó en tu familia? ¿Alguien hizo propia la tortura de tu frio, el dolor postrero y ese brutal ingreso a la nada?
Ya no estás. Ya fuiste. Ya no vuelves.
Ya te usaron …
Y frente a una certeza tan despiadada es cuando los que quedamos vivos tenemos la obligación de mirarnos hacia adentro, sin trampas ni concesiones pero con la pasión hacia el respeto por la vida, y asumir que cada uno te colocó en el lugar de las propias y a veces mezquinas conveniencias.
Lo más lacerante, Santiago, fue que la fatalidad, la prepotencia, las angurrias políticas, la sinrazón, la irracionalidad y el agua helada no te dieron el tiempo de vida que merecías para enterarte de cuánto y de quiénes te habían usado.
Me duele y me lastima tu dolor.
Me duele mi país ofendido por los arribistas de la tragedia, fabricantes de conflictos, mentiras y desgracias.
No siempre es buen augurio ni sirve de mucho rogarles a los dioses por un merecido descanso en paz.
Gonio Ferrari
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