EN LA ERA ‘K’ SE LO
CONOCÍA COMO
CLIENTELISMO Y AHORA
TIENE OTRO
NOMBRE: ES
“SENSIBILIDAD SOCIAL”
La sabiduría del Martín Fierro: ‘Debe trabajar
el
Hombre / para ganarse el pan:/ pues la miseria,
en su afán/ de perseguir de mil modos,/ llama a
las puertas de todos/ y entra en la del haragán’.
Uno de los aspectos
más cuestionados durante los gobiernos kirchneristas fue su marcado apego al
asistencialismo, casi como reemplazante de la mano de obra productiva al menos
para las estadísticas donde los “planeros” aparecían mágicamente como
trabajadores.
Esa enfervorizada manera de asegurarse votos
fue uno de los factores que deterioró seriamente a la cultura del trabajo,
reemplazada por el facilismo y la dádiva que los beneficiarios recibían sin
ningún compromiso de contraprestación como se aplica en muchos otros países, de
levantar escuelas, arreglar rutas, limpiar plazas, barrer hospitales u otras
tareas que tienen el objetivo de dignificar con esfuerzo lo que se cobra.
Basta con hacer mención a los índices de
pobreza, ocultos durante casi tres años, después de mentir que en Argentina
había menos indigentes que en Alemania y ahora, sincerada la estadística en ese
rubro, era para pensar que la lucha contra la pobreza, en todo el territorio
nacional, sería frontal, inteligente y creativa, como para propiciar fuentes de
trabajo que nos recuperen de las ruinas como Estado y devuelvan al proletariado
la dignidad de la transpiración y el sacrificio.
Sin embargo el apremio de los relojes y las
bravatas permanentes de la columna vertebral del justicialismo que es la
dirigencia gremial, mostró las uñas de su férrea oposición y fue creando un
ambiente propicio para el inconformismo primero, la protesta después y la
amenaza de paralizaciones y otras reacciones más violentas como consecuencia de
lo anterior, motorizadas desde los sectores kirchneristas menos resignados a
los cambios que se imponen si lo que buscamos es la hazaña o el milagro de crecer
desde los escombros.
Llegamos a pensar que el clientelismo era
una etapa superada en la Argentina del cambio, pero la realidad a fuerza de
cimbronazos nos demostró que esa práctica, lejos de haber pasado a ser un
reprobable recuerdo, ahora goza de una absurda e inmerecida lozanía: el
gobierno nacional ayudará con 150 pesos por barba al gobierno del cordobesismo que
pondrá 450 y 30 los almaceneros, para sostener y aplicar un sistema destinado a
familias sumergidas en la indigencia.
Y adecuándose -sí, en este caso- a los mandatos
de la modernidad, esta especie de vacuna
contra el malestar de diciembre ya
tiene el plástico formato de la tarjeta de crédito aunque no hay que pagarla
sino pedirla y merecerla para comprar alimentos por valor de 600 pesos para
casi 70 mil familias ubicadas bajo el nivel de indigencia.
La presentación formal de esta novedad, que
entrará a regir el 1 de noviembre, estuvo a cargo del propio Juan Schiaretti y
según la información oficial, el primer mandatario provincial en un alarde de
innovación en materia de discursos dijo entre otras cosas que "Es una vergüenza la pobreza. El país se
desintegró durante la dictadura. Se rompió el tejido social. El Estado debe
liderar el combate contra la pobreza. El empleo es el único remedio para la
pobreza", agregó el gobernador y afirmó que, con la tarjeta
social, se acaba el "clientelismo".
¡Cosas
vederes Sancho! diría el Quijote y ¡cosas escuchares, Pancho! decimos por
nuestra parte.
Desde
el ’83 hasta nuestros días han transcurrido ¡33 años! y ningún gobierno ha sido
capaz de recomponer aquel deteriorado tejido social.
El
clientelismo jamás se terminará mientras los gobernantes persistan en su
malsana costumbre de congraciarse con los sectores postergados buscando siempre
un rédito, como en este caso es calmar los ánimos populares en creciente
exaltación frente a la proximidad de las fiestas de fin de año, corriendo el
riesgo que suceda lo de siempre: el funcionamiento de un maldito mercado negro
que transforme ese valor de 600 pesos en 400 o menos pesos en efectivo,
reprobable mecanismo con abundancia de cultores y oportunistas.
Hay
muchas maneras de alentar emprendimientos productivos para pequeños grupos y
ese dinero -41 millones de pesos- del que se dispondrá mensualmente bien puede
aplicarse a una gestión que aparte de ser generadora de mano de obra, sirva
para hacer recuperar dos valores que si se han perdido: la cultura del trabajo
y la dignidad de la ocupación, del esfuerzo y del sacrificio.
Ese sí,
y no la continuidad del clientelismo populista, debiera ser el objetivo que el
gobierno tiene la obligación de alentar.
Porque
de vagancia rentada disfrazada de “sensibilidad social”, los argentinos ya
estamos hartos.
Gonio Ferrari
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